7.4.03

Las Horas, otra vez

Amén de lo bueno que es la película, logró mover ciertas maquinarias en mi mente. Tal fue el efecto de la película, que mi sueño fue el más intranquilo que he tenido; por lo menos desde que leí el Señor de los Anillos [completito en tres días]. Para empezar la anécdota de la película, luego el infernal calor que nos asoló en la noche. En este marco, en mi mente fueron emergiendo la memorias.

Recordé cuando yo era un niño de apenas 5 años. Vivía en una casa del Fraccionamiento Valle del Paraíso, en el número 7 de Valle de los Olivos [hasta este preciso instante en que escribo, me doy cuenta de los bíblico de la referencia, valle-huerto]. Una casita de dos plantas, pintada en blanco, con detalles en rojo. Podría haber sido pri-mo-ro-sa, pero tenía algo que la obligaba a no serlo.

fue una noche llena de recuerdos, desde los más grandes acontecimientos de la colonia: días festivos; hasta los más insignificantes, los que sólo tienen su reflejo en mi, en mi más íntimo pequeñín asustado de siete u ocho años. Reflejos que me ciegan al momento en que me encuentro rodeado de hormigas, sobre la tapa de la cisterna; o cuando debo saltar la reja de mi casa, porque no tengo llave de la misma. O el momento sublime en que levanto una piedra del jardín y descubro un microcosmos de seres extraordinarios [babosas, caracoles, hormigas, cochinillas, arañas]. Cientos de caras, de cuyos nombres pude acordarme, rostros que había olvidado, que estaban enterrados en los más lejano de mi mente, se presentaron ante mi.

Ví mi vida de infancia, la vida de mis amigos, el trajín diario de una colonia, que estaría destinada al olvido. Un reflejo del Macondo marquesiánico, que sólo se salva, por unas cuantas coincidencias soberbias, como el puesto de carnitas del Gordo, las mejores carnitas que he comido en mi vida, los primero helados de la Michoacana, la ilustre y remodelada Glorieta de los Bastones y otros pintorescos accidentes.

Es una colonia que ha marcado a muchos [como toda colonia], una colonia que está destinada a la desgracia, peor aún, no a su desgracia, sino a la desgracia de sus habitantes. Hay una anécdota que le dá sentido a ésa colonia..., pero que me guardaré para un cuento.

Justo antes del amanecer desperté con la certeza de haber muerto. Era lo lógico, después de haber visto pasar mi vida ante mis ojos, tenía que haber muerto.

Pero no [creo], fue un viaje hasta placentero. Un viaje personal en el que no renacieron sentimientos, era sólo ver las cosas, sin sentirlas, verlas fríamente. En fin, fue algo raro.

JM

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