7.9.04

Cabeza de paja VI ?Soledad II?

Solo la vacuidad es capaz de sacar la soledad de nosotros. Es como una gran aspiradora. Un hoyo negro que se traga todo. Por eso la soledad hace ese escudo opaco, para que nada entre una vez que nos ha vaciado. Una finísima abertura es suficiente para comenzar la curación.
Es necesario el vacío para que algo exista dentro de él. Somos como artesanos barrocos, una vez que salvamos el obstáculo del vacío, comenzamos a llenarlo todo. El vacío tiene que ser llenado, el alma resanada. Queremos volver a tener alguna identidad, encontrarnos con lo que fuimos. No siempre se logra, a pesar de todos los intentos hemos sido saqueados. No podemos recuperarlo todo, apenas algunos recuerdos. Debemos asirnos de nuevas cosas, sacar a flote al ahogado. Resucitarlo. Los asideros se multiplican, pero tampoco llevan a alguna parte.
La soledad se aferra. Usa todas sus armas. No nos dejará ir libremente. Aislará lo que entre en nosotros. Lo hará irracional. Un objeto aislado en la inmensidad de la nada.
La soledad no deja nada.
Deja sólo la destrucción de una habitación húmeda, abandonada.
La soledad deja sus vicios grabados en los huesos. La soledad deja su rastro y es muy difícil quitarlo, como una mancha de sangre o vino tinto. Deja su modus operandi, aislar, aislarlo todo. Y mientras entran las nuevas cosas, la luz, el aire, lo vamos aislando. No recordamos como hacer que dos cosas juntas se vuelvan coherentes. La cabeza se rompe y no podemos unir nada. Sólo existe una cosa por separado sin interactuar con nada más.
Cuando abandona la soledad, no se va del todo. Se queda en la forma de actuar. Se introduce hasta los instintos. Hay recuerdos rescatados que no tienen coherencia con ninguna otra cosa. Se han quedado varados. Son momentos irreconocibles que entraron con la succión del vacío. Ahí están a la espera, buscando de donde pegarse, buscando una historia a donde acomodarse, de donde agarrarse para no quedar en el limbo.
Los recursos de la soledad son vastos. Después de alejarse, deja reminiscencia de su paso. Las personas que alguna vez estuvieron unidas acaban separas. Lejanas a todo contacto. Sus mundos se perdieron y no se reconocen. Ya no son las mismas, no son ellas, son otras. Las memorias se confunden. Se escogen los recuerdos equivocados. Nadie es lo que fue, ni será lo que era.
La soledad es dolorosa, pero no cuando la traes dentro. Duele cuando escapa. Es volver a nacer y sentir el aire en los pulmones, cómo viola la garganta. Las mucosas se secan dolorosamente. Así es la soledad cuando parte. Duele.
Entonces la extrañas. Su humedad, su indiferencia.
La mejor arma de la soledad, su mejor truco es la separación. No la separación de los amantes, no la separación del mundo. La separación de los seres queridos. Después de vaciarnos, cuando nos reconstruimos, lo hacemos de manera diferente. Es como un rompecabezas inmenso y nosotros, niños de apenas unos meses. Cada quien tiene que armarse. Sin ayuda, sin guía. El resultado son cosas distintas, separadas. Ése es el rastro de la soledad.
Después que la soledad nos deja, no podemos reconocer nada. Todo ha sido inventado. Nos reconstruimos de maneras diferentes. Lo que se conoció ya no existe. La soledad ha partido, pero nos deja solos.