2.2.05

Cabeza de paja -Dito do Santos-

Era como andar incompleto, no como si faltara una mano o una pierna, era como andar sin un sentimiento. Como no poder llegar a entender el odio o el rencor por completo, como saber que no podría llegar a amar a nadie, pues sólo lo estaría haciendo a medias. Así es como Dito caminaba por las decadentes calles de su tierra, entre los lodazales y los fierros oxidados. Entre la humedad del ambiente y la estrangulaba su garganta.

Desde que tenía memoria siempre añoraba algo, alguien. Sentía que algo le había sido robado, pero no completamente. Apenas unas semanas atrás había estado seguro de que lo que le faltaba era la suerte, pero después recapacitó. No sabía que era la suerte, porque nunca la había tenido o no sabía si la habia tenido a medias. Para él, el mundo se convertía en cosas cortadas, cosas que no acababan de formarse. Esperanzas cortadas a medias, promesas cumplidas a medias, comidas hechas a medias, pensamiento que se quedaban a medias. Todo era inacabado en el mundo de Dito do Santos.

Hasta el dolor que sentía debajo de la última costilla de su lado izquierdo era un dolor que no acababa de serlo por completo. Era un dolor que a ratos le molestaba y a ratos le relajaba. Su madre le había dicho que era un mal aire que le dio al nacer, pero, como bien sabía Sito, ésa era una verdad a medias.

El dolor, ese día era extrañamente más agudo, más consistente, como si estuviera acabando de formarse. Decía su madre que su padre se había ido apenas la embarazó a ella, pero en el pueblo decían otras cosas. Decían que en realidad no tenía padre, que el suyo era uno de los Antiguos, uno de los que rondaban las zona antes de que llegaron los portugueses. Lo cierto es que nadie sabía darle señas de su padre, de dónde había venido, a dónde se había ido, cómo era, qué aspecto tenía. Su madre, siempre tan ocupada en las labores para sacar la comida, le daba una descripción un día y al siguiente le dibujaba con las palabras a alguien muy distinto.

Decían, en el pueblo, que nunca había estado embarazada, que una noche la partera escuchó un grito cuando iba pasando por su casa y entró a ver qué le pasaba. Encontró a la madre de Dito con las piernas abiertas y con el la frente llena de un sudor frío. También decía, la partera, que el día anterior la había visto bajar al río por agua y que estaba esbelta como siempre. Ella le ayudo con el agua y le ayudo a tener al niño.

Su prima, el único pariente que le quedaba a Dito, además de su madre, le contó una noche que de pequeño nunca dejaba de llorar, por más comida que le dieran y por más calor que le pusieran. PEro que su llanto no era el de un niño de este mundo, que era un berrido incompleto, pero que el silencio entre cada quejido era como un complemento de ese llanto, pero que además, ese silencio era devastador, pues lo dejaba a uno con el alma de un hilo.

Dito no entendía bien a bien lo que su prima le decía, a fin de cuentas, los del pueblo decían que ella estaba medio loca, que algo le había pasado de niña, un golpe o un espanto y que no había vuelto a ser la misma desde los cinco años. Que veía cosas y escuchaba sonidos que nadie más podía.

El dolor se le hacía más fuerte. Esa mañana habían llegado al pueblo los médicos que mandaba el gobierno y Dito, ya a medias decidido fue a verlos, porque el dolor no se le pasaba como otros días. Cuando llegó al remolque, los sonrientes hombres le pidieron que pasara, le revisaron de arriba a abajo y se detuvieron en donde tenía el dolro que seguía aumentando.

Dito pensó que que algo lo partiría por dentro, empezó a escuchar un grito que le salía de las entrañas. Justo cuando lo revisaban, entró su prima por la puerta del remolque y muy agitada quiso saber por qué estaban haciendo gritar así a su primo, pero Dito estaba callado, con el dolor anidado en la cara.

Uno de los doctores le explicó que tenían que llevarlo a la ciudad más cercana, porque tenía un absceso en el vientre y que si no lo sacaban le explotaría dentro y lo mataría. Dito estaba a medias despierto y a medias se iba al mundo onírico. Allí, mientras soñaba a medias, creyó ver una silueta a medias sonriente y a medias triste, pero no podía asegurarlo completamente, porque lo veía a medias.

El trayecto lo hicieron en seis horas y Dito ya no sabía cual mitad de lo que veía era cierto y cual mentira. Veía una cara deforme que sin embargo sonreía y escuchaba un llanto que se transformaba medias con el ruido de los neumáticos contra el lodo. Después todo se llenó de luces blancas con mucho ojos y muchos ruidos.

El cirujano lo bajó del coche lo puso sobre la camilla, de inmediato lo metieron al quirófano. El llanto se hacía más fuerte y cada vez que el llanto se completaba con su silencio, Dito podía ver la cara sonriente con la otra mitad triste, era un espectáculo que no le gustaba por completo.

El llanto se hacía más débil y Dito dejaba de ver tan claramente el rostro que ya a medias lo espantaba, pero de pronto lo vio por completo y se asustó mucho y soltó un alarido, no uno a medias. Soltó un grito completo que salía desde sus entrañas y le rompía las cuerdas vocales, un grito que le traspazó los tímpanos de adentro hacia afuera y que lo hizo salir de la anestecia.

Cuando Dito miró entorno se encontró en el cuarto de un hospital, apenas ventilado. Algo había cambiado en él. Ahora ya no se sentía a la mitad, se sentía con la falta de algo, pero se sentía completo. Como cuando su madre, de chico le había quitado una garrapata de la espalda. Cuando el animal estaba no le daba molestias, sólo una comezón a medias, pero cuando su madre se lo quitó con una braza sintió mucho dolor y le ardió, pero ya no le molestaba. Así se sentía ahora.

Media horas después, el doctor que lo había llevado hasta allí, entró por la puerta y lo miró inclinando la cabeza. Le preguntó cómo se sentía y él, Dito, sólo atinó a decir: "Siento que me falta alto, pero me siento completo". El médico le explico que el suyo, era un caso extraño, que por alguna extraña razón que no cabía explicar en ese momento, cuando su madre se embarzó, pero que algo había pasado en el viente y uno de los hijos había quedado dentro del otro.

Dito esperó que entrara una enfermera con un niño envuelto en una sábana blanca, pero no fue así. El cirujano le explicó que el gemelo de Dito, no hbía terminado de formarse y se había alojado justo debajo de su costilla izquierda. Dito quiso verlo y el doctor le mostró el frasco, uno grande, en donde estaban nos dientes, algunos cabellos, un ojo y una boca torcida. A Dito le pareció bastante familiar, como el rostro que había visto en sus sueño cuando lo llevaban al hospital.

Dito durmió esa noche completamente, como no había dormido nunca. Cuando despertó el doctor estaba allí vigilándolo. Le dijo cuánto más tenia que estar en ese lugar antes de regresar a casa. Dito le preguntó al doctor si podía llevarse a su hermano, para enterrarlo al lado de su madre. Él, el médico, tuvo que disculparse, pues en la noche, el hospital había sufrido un robo, lo extraño era que lo único que faltaba era el frasco en donde estaba el gemelo a medias formado de Dito.

Pasaron las semanas y Dito regresó a su casa. Su prima le preguntaba a cada rato por su hermano, pero él, Dito, no le contaba nada. Sólo le decía que había ido a la ciudad a que le arreglaran las tripas, porque las tenía enredadas.

30.1.05

Cabeza de Paja

El Elegido estaba sentado en plena meditación, dentro de la caverna. El ruido de las olas llegaba a sus oídos y le servía de conductor, para alcanzar la serenidad de mente y cuerpo. Detrás de él, Hun Yan hacía guardia. Sentado en posición de loto, oculto entre las sombras, su estado el de viglia. Como gato listo para saltar en cuanto se presentara algún problema. En la mano derecha su espada y en la izquierda el frasco que contenía el poderoso hechizo que los har{ia saltar de tiempo y espacio.

El Elegido alcanzó un estado de concentración tal que se aventuró a sondear el pensamiento de los Gemelos. Siguió la guía de luz que se entrelazaba con la red de pensamiento, en el limbo del espacio y el tiempo. Mientras seguía el débil latido de los Gemelos, alcanzó a percibir a sus padres, a sus maestros y la vigilante presencia de su amigo y guardián.

Siguió recorriendo los pensamientos y justo cuando estaba a punto de alcanzar a los Gemelos algo llamó su atención. Fue atraída, su mente, hacia una idea a penas perceptible. Siguío el camino y recorrió el tiempo. Alcanzó a notar el momento en la línea del tiempo en que se encontraba esa mente. Para su sorpresa, se trataba de un joven, si acaso de misma edad.

Los cabellos claros, tan claros como el trigo maduro, era como ver el reflejo del sol sobre las olas. No sintió ningún peligro. Supo que algo lo unía a esa persona, algo que no podía describir, como si sus destinos estuvieran tejidos, ya no sólo con el mismo tramado, sino con el mismo hilo delicado, fuerte y sutil.

Trató de fijar el rostro en su mente a pesar de que su atención se apartaba para mirar aquellos cabellos del color de la paja. Sintió que perdía el control. Fue absorbido por unos instantes dentro del pensamiento de otro ser. Entró en él y supo cómo era su visión del mundo. Dividida, quebrada.

Estaban en una casa descuidada, con otras dos personas. Los alcanzaba a ver divididos, un lado normal y el otro amorfo, sin límites definidos, como sacos de carne sin huesos para sustentarlos. Estaban en el momento del desayuno, estaban por tomar sendas tazas de café. En ese momento, con el líquido cayendo a pique dentro de la taza, el vapor elevándose y haciendo par con los lados amorfos de los presentes, supo que nada, absolutamente nada a partir de eso momento, a partir de que el líquido dejara de caer, a partir de que la última gota hiciera que la superficie ondulara por última vez, a partir de ese justo momento en que tuviera que decidir si ponerle o no azúcar a la bebida. En ese instante último en que el olor dejara de ser algo nuevo para convertirse en un olor más dentro de la cocina y se disipara entre los demás aromas de la mañana. Entonces, y no después de que los labios tocaran el borde caliente de la taza, no después de que la lengua degustara lo amargo del café, no después de que el líquido llegara a la garganta y el sabor fuera simples señales enviadas al cerebro, no después, sino entonces, en el momento justo entre ese antes y después; supo que no podría volver a ser el mismo. Supo que algo había entrado en él y había congelado una parte de sí, supo que la infancia se le había quedado atrás y que entraba al mundo de los que tienen que defender una causa, que tienen que defender en lo que creen y que también, sí, tienen que defender a los que no creen y defender lo que no se puede creer.