26.10.04

Cabeza de Paja -El Elegido-
Ya estaban todos reunidos. Los Vigilantes habían convocado la junta general de sus filas. Los días de la oscuridad, que durante tantas eras habían sido anunciados, estaban por comenzar. Los reunidos en la Cueva de las Asambleas, venían de todas las regiones, de todos los tiempos, de todas las realidades. Ellos habían pensado que ya había pasado el peligro, pero cuando nació el Elegido, supieron que los días estarían cerca. Antes del primer año de vida del Elegido, comenzaron los avisos. La Tierra se lleno de manifestaciones, de malos augurios. En todas las regiones pasaba lo mismo: las criaturas de los Siameses, horadaban los caminos, andaban con libertad por el mundo. Además de los descendientes indirectos, que nada sabían de su linaje, también las criaturas primigenias, las que habían sido creadas en el principio de los tiempos, las bestias, los grandes seres. Banyana, la sacerdotisa guerrera y Cadmo, el hechicero de la doble espada; eran los padres del Elegido. Nunca habían supuesto tal situación.
Las lágrimas rodaban por sus rostros, mientra el rito comenzaba. El Maestro de Tiempo, hizo todos los preparativos, los músicos sagrados tocando su instrumentos mágicos, entonaban los cánticos de apertura. Los monjes y heremitas concentraban su poder. Todo estaba pronto para la apertura. Ellos, los padres, Banyana y Cadmo, no podían ir junto con él. Sería peligroso verlos juntos, los agentes de los Siameses sabían que serían los padres, pero aún desconocían al pequeño de apenas unos meses. En los alrededores, miembros de la Orden vigilaban al lado de los efectivos de la Agencia.
Las vibraciones dentro de la caverna se congregaban y mezclaban, se confundían y se enredaban. En el centro de la cueva, una esfera comenzó a materializarse, un viento azotó a los presentes y una gran luz se hizo presente. El portal estaba abierto. Hun Yan, el guerrero sin rostro, entrenado por los propios padres del Elegido, sería quien se encargaría de guiarlo a través de los tiempos y las realidades. Junto con el, el pequeño entraría en enseñanza al lado de los más grandes maestros de la Orden.
Los padres entregaron a su vástago a Hun Yan, y el lo tomó entre sus brazos, tomó un frasco y recogió en él una lágrima de cada uno de los padres. Dió un paso atrás y volvió su espalda a los ojos de Banyana y Cadmo. Entró en el vórtice y desapareció. Ellos, los padres, la roca y la raíz de la esperanza se postraron a meditar.
Así pasó el tiempo, infinito y maleable, para dar paso a las largas horas que duraría el ritual. A través de las finas hebras de los años y las edades, el Elegido viajaría para conocer todo lo que la Orden y Hermandad tenía para enseñarle y hacer frente a los treinta días de oscuridad.
Cada vez que, en un remoto lugar del tiempo, el Elegido se reencontraba con sus padres, en el rostro de Banyana, una lágrima corría hasta su boca para convertirse en un cristal esmeralda, mientras que de los ojos de Cadmo, la lágrima rodaba hasta tocar el polvo del suelo y convertirse en un rubí. Los pequeños, los iluminati, recogían aquellas joyas con sus cepillos de raiz de canela y los entregaban a las meigas y stregas que confeccionaban con ellos, engarzándolos en sus propios cabellos, un collar que entregarían al la vuelta del Elegido.
El Gran Dragón se acercó a los padres y les dijo: "Jamás, nunca, he tenido aprendiz más sensato y más poderoso. Terminó su aprendizaje conmigo de manera ejemplar", y soltó una gran carcajada que cimbró las profundidades de la montaña. Así, cada uno de los grandes maestros de la Orden se iba acercando a los padres y diciéndoles cómo se había desarrollado su hijo a lo largo de la enseñanza que estaba recibiendo. Ellos, Banyana y Cadmo, veían ahora a su hijo como un adolescente orgulloso y poderoso, pero con la mente ágil y el alma serena. Era como mirar un enorme lago, cuyas profundidades son desconocidas y sentir el poder que emana de las estrellas y las tierra.
El tiempo pasaba y los inciensos de la sala enrarecían el ambiente. Los presentes que llevaban los gentiles a los pies de los padres, como ofrenda para estos y para su hijo, se juntaban a sus pies: armaduras, espadas, joyas, inciensos.
De pronto, todas las luces se apagaron. Un silencio pobló la caverna, nada se movía. Todos permanecían alertas. No había señales de intrusos, los sentinelas no habían emitido ninguna señal de alerta. Sin embargo Banyana y Cadmo, sentían la presencia poderosa de un intruso. El Maestro de Tiempo alzó su voz y dijo: "El portal ha sido cerrado". Ambos, los padres, detuvieron un grito de dolor en sus gargantas. Cadmo alzó la mano y a una orden la luz se hizo en el centro de la sala. Banyana ya tenía su espada en la mano. Los maestros entonaron un canto de protección y se desvanecieron. En el centro sólo estaban los padres del Elegido.
El aire fue cortado y Cadmo apenas pudo detener el filo de la espada que lo atacaba, un rápido movimiento de su túnica confundió el blanco. Banyana ya lanzaba sus conjuros de inmovilización, pero pegaban en la roca. Ambos, Cadmo y Banayana, espalda con espalda, giraban buscando al enemigo. Un golpe de energía los separo a sendos extremos de la caverna. La luz se apagó. Banyana proyectó su energía para hacer un escaneo de mental de la caverna, sólo estaba Cadmo. Pero detrás de él, una energía se agitó de pronto, tuvo apenas tiempo de derribar a su amado con una vorágina de energía que lo golpeó en el vientre y lo tiró hacia atrás.
Cadmo, en la confusión, alcanzó a rozar el cuerpo de su atacante cuando caía de espaldas. Materializó una cadena que recorrió toda la caverna buscando a su adversario, nada. Escuchó el frágil respiro de otra persona. Juntó su poder y lanzó las cadenas hacia ese lugar. Nada. Las cadenas se incrustaron en la roca y ya no podían moverse. Banyana y Cadmo, en un mismo pensamiento, lanzaron sus espadas al aire, mientras entonaban los cánticos de la destrucción, y los cánticos de la roca. Las espadas alzaron el vuelo y giraron al rededor de la caverna a velocidades inpensables, atravesando el las esferas. Ambas se dirigieron hacia el mismo lugar. No permitirían que había boicoteado los planes de la Orden y que los había hecho perder a su hijo saliera vivo de la cueva. Las espadas se enfrentaron al filo oculto del agresor. No daba paso atrás era hábil como el que más, ágil guerrero y versado en magia. Mientras las espadas se enredaban en un combate poderoso, Cadmo y Banaya lanzaron sus conjuros al cuerpo, ahora visible del intruso. Éste sin más los rebotaba o los destruía. Una llama violeta alcanzó a Banyana y una patada en el abdomen la hizo desvanecerse. Cadmo lleno de ira, se avalanzó contra el atacante, junto todo su poder en un golpe poderoso y lo dirigió al rostro del asesino, seguro de que era uno de los agente de los Siameses. Éste detuvo el golpe con una sola mano y con el mango de la espada golpeo en el rostro a Cadmo, que cayó al suelo desmayado. Antes de que ambos, los esposos, perdieran la conciencia, escucharon la voz de Hun Yan: "Su entrenamiento ha sido completado. Ha vencido a los más poderosos de la Orden. Salve al Elegido..."
Cuando abrieron los ojos, frente a ellos había un rostro preocupado, casi angustiado. "Estarán bien. Hace muchas décadas que no perdían una batalla. Esa será su herida más grave, la del orgullo". Era el Maestro de Tiempo. Banyan y Cadmo soltaron a llorar y juntos se acercaron a su hijo y lo abrazaron.
Con más de veinte años encima, el Elegido había regresado para enfrentar a los más poderosos elementos que tenía la Orden, sus padres. Ese era el final de su entrenamiento. Estaba listo para los treinta días de oscuridad de los Siameses.
Hun Yan, se postró y entregó sus respetos a los padres, quienes de buen grado lo aceptaron. El resto de la cermonia fue de regocijo y los padres se unieron a su hijo en la celebración de su regreso.