9.11.04

Cabeza de Paja -La segunda y última gran misión del guerrero Hun Yan- parte I

Estaba parado frente a la entrada. No era visible, pero sabía que estaba a sólo unos pies de ella. Desde tiempos inmemoriales, el laberinto subterráneo que conectaba con el umbral entre esos mundos, fue mantenido en secreto y sólo algunos miembros de la Orden conocían el paradero. Sin embargo, los hijos de los Gemelos frecuentaban la zona. Con el correr de los años, el umbral había quedado integrado a la mancha urbana de la nueva ciudad de piedras y cristales. Entre la conexión de dos sistemas de transportes. La idea en un principio era dar uso a aquel túnel descubierto por los trabajadores del subterráneo. La idea era, llenarlo de gente que fuera de un lado hacia el otro, que caminara y llenarlo de alegría. La idea era, crear un espacio lúdico de fantasías y felicidades. Pero sólo se quedó en esa idea. Tiempo atrás, el último representante de la iglesia católica que formaba parte de la Orden, había muerto y con él, los secretos que conocía, pues no había encontrado discípulo digno entre su clero. De haberlo intentado, los miembros de la Orden que se opusieran o develaran los secretos, hubiesen sido perseguidos y exterminados por las altas esferas del poder de la otra religión.
Allí a medio tiro entre los dos caminos estaba el umbral, la puerta hacia el mundo de los Gemelos. Después de regresar con el Elegido a salvo, Hun Yan fue quien tomó la decisión de entregar el paquete, era él, lo sabía, y nadie más, quien debía hacerlo. La conexión síquica que había entre él y el Elegido, era apenas superada por la que tenía con sus padres el muchacho al que guió a través de las edades. Sólo así podría transmitirle la información necesaria del momento en que estaban los Gemelos, para poder considerar sus fuerzas.
La decisión fue tomada por el Consejo de Ancianos, los padres del Elegido debían esperar para poder hacer uso de todas sus facultades en la última gran batalla. Así, después de todos los voluntarios, Hun Yan, fue el único que superó todas las pruebas. El corazón de Banyana y Cadmo, volvió a llenarse de melancolía. Una vez más por los caminos que transitaban en su búsqueda de erradicar a los Gemelos, les sería arrebatado un ser querido, su otro hijo, al que habían enseñado primero. El Elegido, ya conocía a los Gemelos, los había visto en varias ocasiones a través de su aprendizaje, había visto sus signos y conocía a sus hijos.
Hun Yan, el guerrero, sabía que el destino al cual fue atado desde su nacimiento, tenía que cumplirse. Así con la frente en alto, abrazó a Cadmo y Banyana, y al Elegido. Volteó su cuerpo y avanzó hasta perderse de vista.
Ahora, allí, frente a la puerta de los Mil Ojos Sangrantes, Hun Yan, vaciló apenas un momento. Frente a los miles de ojos que lo miraban, lo escrutaban y resumaban sangre putrefacta. Han Yun extendió la mano y esta se le llenó de sangre purulenta, empujó los batientes de carne fresca y apartó los ojos a un lado.

26.10.04

Cabeza de Paja -El Elegido-
Ya estaban todos reunidos. Los Vigilantes habían convocado la junta general de sus filas. Los días de la oscuridad, que durante tantas eras habían sido anunciados, estaban por comenzar. Los reunidos en la Cueva de las Asambleas, venían de todas las regiones, de todos los tiempos, de todas las realidades. Ellos habían pensado que ya había pasado el peligro, pero cuando nació el Elegido, supieron que los días estarían cerca. Antes del primer año de vida del Elegido, comenzaron los avisos. La Tierra se lleno de manifestaciones, de malos augurios. En todas las regiones pasaba lo mismo: las criaturas de los Siameses, horadaban los caminos, andaban con libertad por el mundo. Además de los descendientes indirectos, que nada sabían de su linaje, también las criaturas primigenias, las que habían sido creadas en el principio de los tiempos, las bestias, los grandes seres. Banyana, la sacerdotisa guerrera y Cadmo, el hechicero de la doble espada; eran los padres del Elegido. Nunca habían supuesto tal situación.
Las lágrimas rodaban por sus rostros, mientra el rito comenzaba. El Maestro de Tiempo, hizo todos los preparativos, los músicos sagrados tocando su instrumentos mágicos, entonaban los cánticos de apertura. Los monjes y heremitas concentraban su poder. Todo estaba pronto para la apertura. Ellos, los padres, Banyana y Cadmo, no podían ir junto con él. Sería peligroso verlos juntos, los agentes de los Siameses sabían que serían los padres, pero aún desconocían al pequeño de apenas unos meses. En los alrededores, miembros de la Orden vigilaban al lado de los efectivos de la Agencia.
Las vibraciones dentro de la caverna se congregaban y mezclaban, se confundían y se enredaban. En el centro de la cueva, una esfera comenzó a materializarse, un viento azotó a los presentes y una gran luz se hizo presente. El portal estaba abierto. Hun Yan, el guerrero sin rostro, entrenado por los propios padres del Elegido, sería quien se encargaría de guiarlo a través de los tiempos y las realidades. Junto con el, el pequeño entraría en enseñanza al lado de los más grandes maestros de la Orden.
Los padres entregaron a su vástago a Hun Yan, y el lo tomó entre sus brazos, tomó un frasco y recogió en él una lágrima de cada uno de los padres. Dió un paso atrás y volvió su espalda a los ojos de Banyana y Cadmo. Entró en el vórtice y desapareció. Ellos, los padres, la roca y la raíz de la esperanza se postraron a meditar.
Así pasó el tiempo, infinito y maleable, para dar paso a las largas horas que duraría el ritual. A través de las finas hebras de los años y las edades, el Elegido viajaría para conocer todo lo que la Orden y Hermandad tenía para enseñarle y hacer frente a los treinta días de oscuridad.
Cada vez que, en un remoto lugar del tiempo, el Elegido se reencontraba con sus padres, en el rostro de Banyana, una lágrima corría hasta su boca para convertirse en un cristal esmeralda, mientras que de los ojos de Cadmo, la lágrima rodaba hasta tocar el polvo del suelo y convertirse en un rubí. Los pequeños, los iluminati, recogían aquellas joyas con sus cepillos de raiz de canela y los entregaban a las meigas y stregas que confeccionaban con ellos, engarzándolos en sus propios cabellos, un collar que entregarían al la vuelta del Elegido.
El Gran Dragón se acercó a los padres y les dijo: "Jamás, nunca, he tenido aprendiz más sensato y más poderoso. Terminó su aprendizaje conmigo de manera ejemplar", y soltó una gran carcajada que cimbró las profundidades de la montaña. Así, cada uno de los grandes maestros de la Orden se iba acercando a los padres y diciéndoles cómo se había desarrollado su hijo a lo largo de la enseñanza que estaba recibiendo. Ellos, Banyana y Cadmo, veían ahora a su hijo como un adolescente orgulloso y poderoso, pero con la mente ágil y el alma serena. Era como mirar un enorme lago, cuyas profundidades son desconocidas y sentir el poder que emana de las estrellas y las tierra.
El tiempo pasaba y los inciensos de la sala enrarecían el ambiente. Los presentes que llevaban los gentiles a los pies de los padres, como ofrenda para estos y para su hijo, se juntaban a sus pies: armaduras, espadas, joyas, inciensos.
De pronto, todas las luces se apagaron. Un silencio pobló la caverna, nada se movía. Todos permanecían alertas. No había señales de intrusos, los sentinelas no habían emitido ninguna señal de alerta. Sin embargo Banyana y Cadmo, sentían la presencia poderosa de un intruso. El Maestro de Tiempo alzó su voz y dijo: "El portal ha sido cerrado". Ambos, los padres, detuvieron un grito de dolor en sus gargantas. Cadmo alzó la mano y a una orden la luz se hizo en el centro de la sala. Banyana ya tenía su espada en la mano. Los maestros entonaron un canto de protección y se desvanecieron. En el centro sólo estaban los padres del Elegido.
El aire fue cortado y Cadmo apenas pudo detener el filo de la espada que lo atacaba, un rápido movimiento de su túnica confundió el blanco. Banyana ya lanzaba sus conjuros de inmovilización, pero pegaban en la roca. Ambos, Cadmo y Banayana, espalda con espalda, giraban buscando al enemigo. Un golpe de energía los separo a sendos extremos de la caverna. La luz se apagó. Banyana proyectó su energía para hacer un escaneo de mental de la caverna, sólo estaba Cadmo. Pero detrás de él, una energía se agitó de pronto, tuvo apenas tiempo de derribar a su amado con una vorágina de energía que lo golpeó en el vientre y lo tiró hacia atrás.
Cadmo, en la confusión, alcanzó a rozar el cuerpo de su atacante cuando caía de espaldas. Materializó una cadena que recorrió toda la caverna buscando a su adversario, nada. Escuchó el frágil respiro de otra persona. Juntó su poder y lanzó las cadenas hacia ese lugar. Nada. Las cadenas se incrustaron en la roca y ya no podían moverse. Banyana y Cadmo, en un mismo pensamiento, lanzaron sus espadas al aire, mientras entonaban los cánticos de la destrucción, y los cánticos de la roca. Las espadas alzaron el vuelo y giraron al rededor de la caverna a velocidades inpensables, atravesando el las esferas. Ambas se dirigieron hacia el mismo lugar. No permitirían que había boicoteado los planes de la Orden y que los había hecho perder a su hijo saliera vivo de la cueva. Las espadas se enfrentaron al filo oculto del agresor. No daba paso atrás era hábil como el que más, ágil guerrero y versado en magia. Mientras las espadas se enredaban en un combate poderoso, Cadmo y Banaya lanzaron sus conjuros al cuerpo, ahora visible del intruso. Éste sin más los rebotaba o los destruía. Una llama violeta alcanzó a Banyana y una patada en el abdomen la hizo desvanecerse. Cadmo lleno de ira, se avalanzó contra el atacante, junto todo su poder en un golpe poderoso y lo dirigió al rostro del asesino, seguro de que era uno de los agente de los Siameses. Éste detuvo el golpe con una sola mano y con el mango de la espada golpeo en el rostro a Cadmo, que cayó al suelo desmayado. Antes de que ambos, los esposos, perdieran la conciencia, escucharon la voz de Hun Yan: "Su entrenamiento ha sido completado. Ha vencido a los más poderosos de la Orden. Salve al Elegido..."
Cuando abrieron los ojos, frente a ellos había un rostro preocupado, casi angustiado. "Estarán bien. Hace muchas décadas que no perdían una batalla. Esa será su herida más grave, la del orgullo". Era el Maestro de Tiempo. Banyan y Cadmo soltaron a llorar y juntos se acercaron a su hijo y lo abrazaron.
Con más de veinte años encima, el Elegido había regresado para enfrentar a los más poderosos elementos que tenía la Orden, sus padres. Ese era el final de su entrenamiento. Estaba listo para los treinta días de oscuridad de los Siameses.
Hun Yan, se postró y entregó sus respetos a los padres, quienes de buen grado lo aceptaron. El resto de la cermonia fue de regocijo y los padres se unieron a su hijo en la celebración de su regreso.

21.10.04

Cabeza de paja -atrás en el tiempo-

Durante mucho tiempo, cuando los hombres que vinieron del norte llegaron, ellos, los Deformados, tuvieron una existencia apacible. Cada temporada les eran entregados varios obsequios. Les eran devueltos sus hijos. Aquellos que tan cuidadosamente habían engendrado, planeado, creado en la oscuridad de los tiempo, en el espacio primigenio.

En la temporada de lluvias, los hombres que llegaron del norte, iban en sus balsas hasta el punto señalado por el círculo de carrizos. Allí depositaban las ofrendas. Daban la espalda y no volvían la vista. A pesar de los llantos, de las llamadas, de las súplicas. Durante semanas no hablaban del asunto. Los despojados, caminaban entre la multitud soltando a gritos su desesperanza. Nadie los miraba, eran fantasmas de carne viva.

Cuando por alguna razón, los hombres no entregaban los tributos, los Deformados, salían del lago y caminaban por las noches entre las callejuelas de la capital chichimeca. Alzaban su voz de alarido y clamaban sus ofrendas. Anunciaban la ruina y la caída del reciente imperio. Al día siguiente, entre los habitantes, se buscaba a aquellos que mostraban la marca de los Deformados. Los de cabezas dispares, los de varios miembros, los de color anormal, los unidos, los de ojos juntos, los que no habían crecido; los que siempre hacían de tributo. Todos eran reunidos en la plaza frente al templo del dios mayor. Atados, eran subidos a las balsas y en procesión llevados hasta el círculo de carrizos. Allí eran depositados entre las aguas estancadas. Nunca había restos, nunca quedaba nada. Cuando eran arrojados, las aguas se arremolinaban y los engullian.

Así, los hombres que llegaron del norte, vivieron en paz por algún tiempo. tenían el acuerdo con los Deformados y sólo debían pagar el tributo. Se dice que el día en que no lo cumplieron, los Deformados entraron en las casas y se llevaron al hijo no nacido de cada familia, para aplacar su hambre.

Cuando los hombre de barba llegaron del este, la sangre sirvió para apaciguar el hambre de los Deformados y durante algún tiempo no salieron de su sitio. Más tarde, con el olvido de los tributos, salieron nuevamente a las calles a reclamar a sus hijos. Por las calles se veía una figura enlutada soltando alaridos pidiendo que le entregaran lo que era suyo. Dicen que cuando se acercaban a ella, vaían unos ojos negros, fríos y un cuerpo deforme lleno de escamas.

Su santuario fue enterrado y nadie volvió a entregarles tributo. Ellos, los Deformados, juraron la desgracia para la naciente cultura que se asentó en su territorio. Dejaron escrita la maldición en algún edificio de la nueva ciudad, diciendo que durante treinta días, la oscuridad vendrían sobre la tierra, que sus huestes arrasarían con los hombres, las bestias y las cosechas. Los oficiantes de la nueva religión rezaron durante semanas y creyeron que con eso la maldición había sido conjurada. Pero no fue así, los Deformados, únicamente durmieron por algún tiempo, olvidaron la afrenta para ir a otros lares. Pero algún día habrán de regresar y cumplir con su promesa.


20.10.04

Cabeza de paja -el principio-

En sus ojos se reflejaban las luces del cerco. Miraba aterrorizado el rostro, marcado por la angustia y la desesperanza, del hombre que lo había descubierto. Ya lo conocía de las horas de comer, pero nunca había estado con él. Era costumbre, para él al menos, que los niños estuviesen con sus madres. Así era por lo menos hasta que tenían diez años. Karl, se llamaba el hombre que le miraba desde la desolación de quien ha perdido todo recuerdo de los días de ayer. Él apenas recordaba nada de como eran antes las cosas, lo habían llevado junto con su madre a aquel sitio, era lo único que había conocido y a lo que podía colgarle la etiqueta de hogar, simplemente entendido como un sitio en donde se vive. Karl, esa noche tenía algo más en la mirada, una luz, una aterrorizada luz que venía de los abismos de su recuerdo. Él, el niño, no sabía que era lo que estaba pasando, desde hacía meses sus sueños le traían las visiones, era algo ya de costumbre, de todos los días. Sin nada con que compararlo, pensaba que así era la vida, que así tendrían que ser las cosas. En el suelo, sobre la nieve mugrosa, que pronto terminaría de transoformarse en fango, noche tras noche se sentaba a trazar los símbolos que se le aparecían en su pequeño mundo onírico. Después de acostarse todos, él cerraba los ojos y dormía. Más tarde, pero antes de la salida del sol, antes de que nadie más despertara, él abría los ojos y notaba nuevamente el sudor frío que le recorría el cuerpo y una inquietud, una necesidad de aclarar las visiones que se le habían presentado apenas unas horas antes. Salía del dormitorio comunal y se dirigía a escondidas, escapando de las luces del límite, hacia la parte trasera del enrejado. Allí nunca vigilaban, nunca llegaban las luces. Ése lado de la cerca daba a un acantilado, que sólo los más desesperados tomaban como ruta de huida, pero no del lugar, sino de la vida misma. Mientras trazaba los símbolos que se le revelaban durante el sueño, él tenía la certeza de que algo se le descubría ante los ojos, pero no sabía qué era. Esa noche, ellos, los del sueño, le habían dicho que pronto sucedería, que muy pronto el trabajo estaría hecho. Karl, miraba las escrituras del suelo, para luego voltear a ver los ojos nítidamente azules del pequeño. En la mente del hombre, no podían conjugarse con facilidad ambas imágenes. Los textos eran únicamente conocidos para los iniciados, para los que tenían el poder, nadie al menos desde Hammerlïn había jamás llegado a ese conocimiento sin ayuda. No podía yuxtaponer los ojos inocentes y las maldiciones que tenía ante sus pies. De pronto su rostro se transformó en el terror mismo, su cerebro acababa de juntar todas la piezas. Generación tras generación lo habían estado buscando, esperando, ansiando. Él, Karl, el último de quien se tenía noticia, estaba frente a la puerta, ante el ansiado tesoro, ante el final de todas las esperas. Una luz empezó alrededor de la cabeza de Karl, él niño creyó ver el aura de un ángel que por fin habría venido aclararle las visiones. Justo entonces Karl interpeló al pequeño: "¿Quién te ha mostrado estos símbolos?". El jovencito lo miró a los ojos y dijo: "Los Gemelos, han venido a mí en sueño y me lo han mostrado, pero no sé qué significa". Justo en eso momento se escucharon voces, eran las voces de los extraños que los habían llevado a ese lugar. Pasos que se acercaban, luces que se movían veloces en todas direcciones, gritos histéricos de los que aún dormían. Se escuchó un disparo. Karl se quedó en silencio. El niño vio la cara del hombre, pero estaba dividida en dos expresiones, el lado izquierdo resumaba alegría, un estado de gracia. El otro, el derecho, estaba contraído en una mueca que podía ser confundida con el dolor, pero conforme pasaban los mínimos segundos, el niño noto que era maldad. Entonces, antes de que el cuerpo inerte de Karl cayera sobre él, logró ver como el cuerpo del hombre se transofrmaba levemente en el cuerpo de los Gemelos, unidos por el medio, como los había visto siempre en sus sueños, se apoderaron por un momento de la figura de Karl y sonrieron al niño. Había comenzado.

Los hombres de uniforme llegaron hasta donde se encontraba Karl y descubrieron el cuerpo del infante temblando de frío bajo el peso del hombre. Uno, el de más alto rango, miró en torno y descubrió los símbolos a medias, que Karl había alcanzado a desfigurar con su caída. Su rostro no expresó emoción alguna y solo solto un resoplido, tomó al niño del brazo y lo llevó hasta el salón que usaban para las juntas. Allí, el niño permaneció lo que restaba de la noche, acurrucado contra una de las paredes. Él sabía que los que eran llevados a ese lugar no regresaban nunca con los demás. Algo, por alguna extraña razón que no comprendía, había cambiado aquella noche. Afuera se escuchaban pasos, los aparatos telefónicos sonaban y eran azotados una y otra vez. La calma llegó con la salida del sol. El pequeño cuarto con su mesa al centro y varias sillas desperdigadas, se iluminó un poco y el muchacho sintió que un poco del miedo se le retiraba del cuerpo, mientras la luz iba acariciándole el cuerpo. A pesar de tener perfectamente grabada en la memoria la cara muerta de Karl, lo que venía a su mente era la cara de aquellos seres que le habían mostrado los símbolos. Gracias al hombre había descubierto que sí tenían un significado, pero aún seguía sin saber cuál era. Esa duda le llenaba los pulmones como si de aire se tratara. No podia respirar confortablemente. La puerta se abrió y recortada contra luz del exterior, la figura del oficial espero unos segundos en el vano de la puerta. Dio un paso adentro y cerró tras de sí la cegadora fuente de luz. El niño trató de aferrarse a algo. Antes le habían contado ya lo que les pasaba a los que estaba en aquel cuarto, él mismo había escuchado los gritos desesperados, desgarrados y desesperanzados. Tenía miedo de que aquel nuevo hombre, se convirtiera de pronto en un gran murciélago con alas membranosas y tratara de quitarle el aire, ese aire que ahora a pesar de dificultarle la respiración, lo mantenía con las ansías de vivir, porque sabía que mientras mantuviera ese pesadez en los pulmones, estaría empujado a descubrir el significado de todo aquello.

El hombre le sonrió y le tendió la mano. El pequeño sujetó aquella callosa palma y se puso de pie. Él lo llevo a la mesa y jaló una silla para que se sentará. Sacó unos papeles de una carpeta que tenía en las manos y los extendió en la mesa. En ellos, el pequeño pudo ver la totalidad de los símbolos que noche a noche había estado soñando. Pero aún había varios que no era capaz de reconocer. El hombre le preguntó si reconocía alguno de esos dibujos, el niño asintió con la cabeza. Lo cierto era que ahora que los miraba todos juntos, sentía que la opresión del pecho cedía un poco y algo en su mente se ponía a trabajar a marchas forzadas. Ideas le vinieron a la cabeza, nombres, números, frases y voces; pero todo aquello era algo que no podía recordar haber aprendido, era como si alguien estuviera hablando a través de él, sin embargo sabía que todo era cierto, que todo eso lo sabía, es más que mucho de ello estaba oculto en los trazos que tenía frente a sí y en los que había trazado en la nieve purulenta. El hombre, ahora le explicaba lo que habían intentado descifrar de los símbolos que tenía ante sí, le hablo de una raza escogida para gobernar toda la tierra, de un plan para poder conquistar las tierras, para no amedrentarse ante los enemigos, le habló de cosas secretas, de linajes antiguos. Pero tal conocimiento, de por sí incompleto, era apenas una parte mínima de los que el pequeño ya sabía sobre los símbolos y sin embargo, después de tan vasta demostración de conocimientos, el hombre, se encogió de hombros y señalando los dos símbolos irreconocibles para el niño, dijo que nada de lo anterior podría llevarse a cabo si no conocían el significado de esos dos últimos trazos. El niño posó su mano sobre los símbolos y su mente entró en una vorágine de pensamientos, cientos de imágenes pasaban por su cerebro. Sus ojos se pusieron en blanco y los símbolos se sucedieron uno detrás del otro en órdenes diferentes y cada una le revelaba una verdad contundente. Vió un espacio negro plagado de pequeños puntos luminosos y a lo lejos escuchaba una voz que llamaba. Trató de volver a la realidad y delante suyo pudo ver al oficial, pero como una imagen superpuesta, volvio a ver, por tercera vez en aquellas horas mínimas, la figura de los Gemeros. Su asquerosa bipolaridad que los diferenciaba al uno del otro. Vió al uno con su cuerpo informe y su color grisáceo y su cara triste; y vió al otro con su cuerpo igualmente deforme, un color rosado y una cara melancólica a pesar de la sonrisa, que más bien se le antojaba macabra.

El ruido de los pasos y las pistolas empezó a llenar sus oídos y de pronto se dió cuenta de que le hombre frente a él, también estaba muerto. Otro hombres entraron por la puerta, lo cargaron y salieron de allí. Hablaban una lengua que no reconocía, pero que sí podía entender. Vió a su madre a un lado de los dormitorios, se desembarazó del hombre que lo sujetaba y salió corriendo hacia ella. Los nuevos hombres gritaban: "Las fuerzas aliadas los han liberado. Han sido liberados". El correr de los militares duró toda la mañana. Tan pronto como llegaron así se fueron, para nunca regresar. La mañana se transformó en tarde y todos los habitantes de aquel campo trataban de entender qué es lo que había pasado. Algunos continuaron con sus habituales rutinas, otros se quedaron sentados mirando en lotananza. Así los aconteceres, dieron paso a un gris ocaso que sen confundía con niebla que aumentaba. El pequeño sintió como si el tiempo se detuviera en aquel momento y nada más siguiera su curso. "Liberados". No entendía a que ser referían esas palabras. Liberados de qué y para qué. Y se preguntaba si acaso nadie podía darse cuenta de que su suerte, la de todos ellos y otros muchos como ellos que había mirado en sus trances, ya estaba echada, que innevitablemente vendrían, en algún momentos, los más terribles tiempos de la raza humana. Vendrían treinta días de oscuridad, la noche de los Gemelos.

JM


7.9.04

Cabeza de paja VI ?Soledad II?

Solo la vacuidad es capaz de sacar la soledad de nosotros. Es como una gran aspiradora. Un hoyo negro que se traga todo. Por eso la soledad hace ese escudo opaco, para que nada entre una vez que nos ha vaciado. Una finísima abertura es suficiente para comenzar la curación.
Es necesario el vacío para que algo exista dentro de él. Somos como artesanos barrocos, una vez que salvamos el obstáculo del vacío, comenzamos a llenarlo todo. El vacío tiene que ser llenado, el alma resanada. Queremos volver a tener alguna identidad, encontrarnos con lo que fuimos. No siempre se logra, a pesar de todos los intentos hemos sido saqueados. No podemos recuperarlo todo, apenas algunos recuerdos. Debemos asirnos de nuevas cosas, sacar a flote al ahogado. Resucitarlo. Los asideros se multiplican, pero tampoco llevan a alguna parte.
La soledad se aferra. Usa todas sus armas. No nos dejará ir libremente. Aislará lo que entre en nosotros. Lo hará irracional. Un objeto aislado en la inmensidad de la nada.
La soledad no deja nada.
Deja sólo la destrucción de una habitación húmeda, abandonada.
La soledad deja sus vicios grabados en los huesos. La soledad deja su rastro y es muy difícil quitarlo, como una mancha de sangre o vino tinto. Deja su modus operandi, aislar, aislarlo todo. Y mientras entran las nuevas cosas, la luz, el aire, lo vamos aislando. No recordamos como hacer que dos cosas juntas se vuelvan coherentes. La cabeza se rompe y no podemos unir nada. Sólo existe una cosa por separado sin interactuar con nada más.
Cuando abandona la soledad, no se va del todo. Se queda en la forma de actuar. Se introduce hasta los instintos. Hay recuerdos rescatados que no tienen coherencia con ninguna otra cosa. Se han quedado varados. Son momentos irreconocibles que entraron con la succión del vacío. Ahí están a la espera, buscando de donde pegarse, buscando una historia a donde acomodarse, de donde agarrarse para no quedar en el limbo.
Los recursos de la soledad son vastos. Después de alejarse, deja reminiscencia de su paso. Las personas que alguna vez estuvieron unidas acaban separas. Lejanas a todo contacto. Sus mundos se perdieron y no se reconocen. Ya no son las mismas, no son ellas, son otras. Las memorias se confunden. Se escogen los recuerdos equivocados. Nadie es lo que fue, ni será lo que era.
La soledad es dolorosa, pero no cuando la traes dentro. Duele cuando escapa. Es volver a nacer y sentir el aire en los pulmones, cómo viola la garganta. Las mucosas se secan dolorosamente. Así es la soledad cuando parte. Duele.
Entonces la extrañas. Su humedad, su indiferencia.
La mejor arma de la soledad, su mejor truco es la separación. No la separación de los amantes, no la separación del mundo. La separación de los seres queridos. Después de vaciarnos, cuando nos reconstruimos, lo hacemos de manera diferente. Es como un rompecabezas inmenso y nosotros, niños de apenas unos meses. Cada quien tiene que armarse. Sin ayuda, sin guía. El resultado son cosas distintas, separadas. Ése es el rastro de la soledad.
Después que la soledad nos deja, no podemos reconocer nada. Todo ha sido inventado. Nos reconstruimos de maneras diferentes. Lo que se conoció ya no existe. La soledad ha partido, pero nos deja solos.

24.8.04

Cabeza de paja IV ?Soledad I?

Es difícil sobrellevar la soledad cuando no se ha llamado. Cuando entra por una ventana y se escurre entre la cómoda. Ahí espera a que descanse la mente y se introduce hasta la médula, hasta el alma. Al despertar te encuentras solo. Se escuchan voces y se ven las siluetas de lo que siempre ha estado allí, pero ahora se ven a través de un filtro, lejanas, apagadas. Entonces te das cuenta de que siempre has estado en ese estado, que no tiene caso buscar más allá de ti. Que todo está encerrado en sí mismo y se niega la posibilidad de comunicarse con el exterior. No tiene caso tratar de asirse, no vale la pena detener la caída.
Luego llega la sensación, la certeza de la soledad en uno mismo. El sentimiento se ahonda en el pecho. Las venas se quedan huevas, las extremidades se vacían. Queda, al fina, nada más que el reducto de la mente, de los pensamientos y nos damos cuenta de que estamos solos, solo dentro de nosotros mismos. Estamos de visita en una casa vieja, maltrecha, que alguna vez fue un cuerpo. Estamos en el rincón más oscuro rumiando recuerdos de una época irreconocible. Nos adentramos más y el exterior va quedando alejado, como un simple reflejo difuso, una luz tenue, muy tenue, a través de un cristal magníficamente opaco.
La soledad a pesar de sus inconvenientes presenta una ventaja, o la disfraza como tal. El estar vacío es confortable, no ha problemas, no hay recuerdos, no hay dolor. No hay memoria, no hay odios, ni ira. En verdad no hay nada. Ni siquiera ilusiones o visiones a futuro. No hay necesidades. La soledad se disfraza, se vista de abstinencia, de ascetismo. Logra confundir haciéndose pasar por experiencia religiosa. Te obliga a separarte del mundo, de las creencias, de la alegría, pero no te lleva a ningún lugar. No te lleva a paraísos o elevados estados de conciencia.
La soledad va secando los deseos. Va deshaciendo la voluntad, hasta que solamente queda el vacío de la mente. Hecha raíces profundas y no es fácil deshacerse de ella. Es una mal hierba que si no se saca de raíz, no vale la pena seguir cortándola. De vez en cuando sale algo de nosotros. Un náufrago se asoma por las profundidades y con la nariz al descubierto trata de respirar aire fresco. En esos instantes mínimos, una vez que a soledad se asienta, crece un ansia por recuperar lo perdido. Una necesidad de volver a tener identidad. Es un aviso de supervivencia.
Es traicionera, sobretodo cuando intentamos sacudirla, quitarla. Se aferra a las venas y a los sentimientos. Pensamos que la culpa no ha sido completamente nuestra. Nos proyectamos al exterior a la caza de culpables. Ahí hay cientos, miles de causantes. Personas, situaciones, motivos. Todos están en nuestra contra. No fue nuestra culpa aislarnos, lo hicimos para protegernos de un mundo que nos busca incansablemente para hacernos daño, para eliminarnos. Nos caza para que formemos parte de un rebaño que hace las cosas sin hacer preguntas. Entonces nacen los odios, con ése o aquél. Contra todos. Son los causantes de que hayamos perdido tanto. La soledad tiene sus medios de autodefensa, de auto conservación. Al darnos cuenta de los peligros del exterior volvemos al ostracismo, a nuestros simples pensamientos.
Con el tiempo la soledad se vuelve aburrida y dan ganas de sacarla de nosotros. Entonces comienza a inventar historias, un pasado melancólico. Nuevos traumas de la infancia. Así nos vuelve a atar a la oscuridad. Empañamos más el vidrio que nos encierra. No queremos ver fuera de él. El mundo ya nos ha hecho demasiado daño. Decidimos desligarnos de los sentimientos y volvernos al estado larvario de la nada. Nada tengo, nada siento, nada soy.
Aceptar que la vida es dolor, para evitar el dolor olvidar la materia, dejarlo todo y separarse del sufrimientos. Eso hace la soledad, pero con el tiempo ya no puede ocultar sus verdaderas pasiones, las soledad te aparta tanto sin estar consciente de ellos que acabas dándote cuenta muy tarde. Todo se invade de golpe de un sentimiento de vacío. Un vacío dolorosamente palpable. Nos damos cuenta de que hemos sido allanados. Nos dejaron vacíos, sin nada, apartados del mundo, a millones de años de distancia. No somos nada y ya no podremos serlo. Hemos perdido la oportunidad de hacer una vida, o de hacer lo que planeamos alguna vez ser. La soledad se ha alimentado de todas las ilusiones, de todos los motivos y las razones. No deja nada de qué asirse, con que lograr salir a flote, entonces volvemos a caer en su trampa. Ya no nos queda nada en el exterior, no nos queda nada dentro, solo está la soledad.
Y volvemos a caer en nosotros mismos, emprendemos un trabajo de arqueología para tratar de recuperarnos. Tenemos que decidir que nos pertenece, que fue inventado, que es lo que queremos de regreso. Decidirnos completamente. Volver a nacer escogiendo que queremos ser. LA soledad mientras tanto se esconde, se inventa la ceguera. Deja de actuar un tiempo. Está a la espera, acechando. Pero los muertos no regresan, los momentos muertos, los recuerdos muertos, las historias muertas, las vivencias muertas no regresan.
Tiene mecanismos para quedarse. Tiene una fortaleza inquebrantable. Con el paso de los años no queda nada y solo nos dedicamos a hacer las cosas que tenían que ser hechas. Ir cayendo al remolino de la rutina. Vaciar el alma, la mente. La rutina que con el tiempo explota en la cara y es un aviso para escapar. Pero con la soledad en la médula, la rutina queda lejos, irremediablemente distante y su explosión no provoca mas que un leve, levísimo resplandor en el cristal. Inmediatamente después, intuyendo el caos del desastre, agradecemos que la soledad nos proteja. Al final no queda nada sólo la soledad más pura.

5.7.04

Cabeza de paja III

Hubo un momento crucial para él. Un momento contundentemente doloroso en el que se marcó el antes y el después. Regresaba, luego de mucho, a la casa de su infancia. En ella encontró a su padre. Ahora, a la distancia del tiempo, podía verlo de manera diferente. El lado difinido estaba cansado, con las arrugas en el rostro y la mirada cansina. El otro lado, el que lograba ver con su mirada desigual, era aquella masa amorfa tan acostumbrada, sin embargo emanaba una tranquilidad que le permitió resisitir más tiempo la imagen.
Antes de llegar hasta aquel pueblo, había estado en el velorio de su amigo. No hubiera querido mirar el cuerpo, no. Prefería respetar el reposo del alguna vez guerrero, recordando su lado definido. Pero justo antes de que la tierra lo engullera, la caja se abrió y desde allí, desde lejos, lo miró. Fue una impresión terrible, ver la cara apacible y a su lado, justo partiendo la mitad de aquel rostro inerte, el amorfo, pero no como lo viera otras veces. Eran imágenes sobrepuestas, primero era un contorno gris que pasaba al ambar y después al ocre, cambiaba de pronto a la cara más triste y luego se convertía en centenares de bocas con diminutos colmillos afilados que se comían entre sí, lanzando dentelladas fulgurantes. Al final sólo quedaba el rostro desfigurado de su amigo y del otro lado el rostro apacible.
En casa de su padre estaba de visita su tía "La Negra", una mujer diminuta que con los años iba encorvándose más todavía. Su lado desigual era, extrañamente, uno sonriente.
Esa mañana, justo antes del viaje de regreso a su cotidianidad, estaba desayunando con su padre. Su tía "La Negra" estaba a punto servirles café en sendas tazas de vidrio refractario. Colocó la cuchara en el interior de los recipientes para evitar que se quebraran con el cambio abrupto de temperaturas y dejó caer el líquido oscuro. El olor se extendió por toda la cocina. Él no acostumbrara tomar café por las mañana, había visto que era uan costumbre de su padre, de los grandes. En ese momento, con el líquido cayendo a pique dentro de la taza, el vapor elevándose y haciendo par con los lados amorfos de los presentes, supo que nada, absolutamente nada a partir de eso momento, a partir de que el líquido dejara de caer, a partir de que la última gota hiciera que la superficie ondulara por última vez, a partir de ese justo momento en que tuviera que decidir si ponerle o no azúcar a la bebida. En ese instante último en que el olor dejara de ser algo nuevo para convertirse en un olor más dentro de la cocina y se disipara entre los demás aromas de la mañana. Entonces, y no después de que los labios tocaran el borde caliente de la taza, no después de que la lengua degustara lo amargo del café, no después de que el líquido llegara a la garganta y el sabor fuera simples señales enviadas al cerebro, no después, sino entonces, en el momento justo entre ese antes y después; supo que no podría volver a ser el mismo. Supo que algo había entrado en él y había congelado una parte de sí, supo que la infancia se le había quedado atrás y que entraba al mundo de los que toman cafés por las mañanas a pesar... sí... a pesar de que los seguía viendo como algo partido e incompleto.

8.5.04

Cabeza de paja II

Y así dormitaba, día a día, bajo la húmeda respiración que emanaba de los ollares del esquelético caballo de la muerte que asomaba su cabeza por la ventana mientras su jinete, guadaña en mano, esperaba que le llegara el sueño a los inquilinos del siguiente piso.

13.4.04

Cabeza de paja

Cabeza de paja, cabeza alambique le decían de pequeño. Alguna vez le preguntó a su padre el significado de esas palabras. El hombre, de más de cincuenta le contestó que no lo sabía. Que se imaginaba un aparato monstruoso lleno de ruidos infernales y que así se imaginaba la mente del niño. Él gustaba de salir de la casa todos los días. No por desidia de hacer las labores domésticas, ordeñar las vacas, dar de comer a las gallinas, no. Salía de la casa por que le parecía un lugar endemoniado, lleno de ruidos viles, profanos, vulgares.
Se mantenía al borde de los matorrales que rodeaban el terreno. Desde ahí podía ver los altos muros de madera blanca de la casa. Con sus ojos disparejos, uno azul y el otro café, tenía una visión del mundo diferente. Con el café, veía a todos normales. Con el otro, el azul, veía a las personas deformes, agrietadas. De semblantes calmos, melancólicos, pero bestiales, amorfos, como un saco de carne sin hueso. Al juntar las visiones, al mirar con ambos ojos, veía una versión macabra de la vida. Jamás se atrevió, cuando tuvo conciencia de ello, a mirarse en un espejo.

8.4.04

Hace unos momentos decidí postear aquí uno de los primeros cuentos que escribí, pero no tenía ni idea de dónde lo había guardado. Tuve la vaga impresión de que estaría en una de las tantas cajas que tengo en casa llenas de papeles por revisar que nunca he revisado. Cuando abrí la caja —como era de esperarse— me atacó mi pasado. Y digo me atacó porque así fue, de improviso y directo a la yugular. Encontré varios textos de épocas prehistóricas, pero no el que buscaba. Lo que sí salió de la caja fue un sobre con fotos viejas, que Eugenia salvó de los viejos álbumes familiares —de mi familia, por supuesto. Y, como siempre que empiezo a "ordenar" me quedé viendo las fotillos con la inocencia del incauto. En las susodichas casi siempre salgo yo —era de esperarse si las apartó mi esposa—, pero empecé a verme y sentí unas irreprimibles ganas de llorar. Y así lo hice, desde lo más profundo de mi empezaron a brotar las lágrimas. Aún no puedo decir si fueron de nostalgia, de tristeza, de alegría, o de qué fueron. Estuve así un buen rato, a moco tendido, lagrimones y sollozos. Me vi en la infancia, la clásica foto del nene desnudo, el bebé en brazos de la mamá, los cumpleaños, mi hermana, yo y mi madre, yo y mi hermana, yo y mi padre, yo y mis tíos, yo solo. No sé porque lloré, si por acordarme de mí, si por tristeza de pensar en cómo creía que sería mi vida, si por compasión del niño que no sabía que su familia se derrumbaría de pronto, si de alegría de ver hasta dónde he llegado, si por acordarme de mi propio hijo —Orlando—, de ver que una familia puede ser feliz, si de saber que —aunque sonriente— era realmente infeliz, si de haber negado mi pasado hace tanto, si de haber roto con él porque siempre me ha dolido —estoy llorando de nuevo—, si de saber que el dolor no se ha ido, o por sentirme en un remanso de paz y poder desahogarme de tantos años. No sé si lloro por tantos momentos que se fueron, de tantos otros que nunca llegaron a suceder, por los rostros que se fueron o los que nunca llegaron o no regresaron, por las personas que no estuvieron o no llegaron a ser. No sé si lloro por lo que debería de estar llorando, si lo hago por reencontarme con mi pasado o porque por fin he roto con él, o si me he reconciliado, o volví a él. Y cómo vuelvo a él, es decir, con qué más cosas estoy regresando sobre esos pasos. No he visto más que imágenes, mi imagen en un pasado que no recordaba en algunos casos. No sé si las lágrimas son a petición de todos los que no recordaba —vivos y muertos [al revés y lo mismo]—. Serán las lágrimas por la inocencia que perdí, por saber que no puedo ser el mismo, o por recordar que puedo ser el mismo, por saber que dentro de mi estoy yo —el de la foto y yo mismo ahora y todos los que fui, todos los que soy—, o porque sé que era un niño con mucho miedo, o porque aún tengo miedo. La verdad no la sé y no sé si lo sabré.

JM
Y todos se quedaron ahí, esperando poder llegar a ser algo más.

5.4.04

La afilada punta se enterraba en la baranda del barco, haciendo nuevas muecas junto a las que se habían juntado a lo largo de los años. Mientras, los ojos del Capitán Garfio se mantenían mirando en lotananza entre la bruma, esperando la claridad del día. La madera cedía ante el filo de su garfio. El velamen estaba en reposo y no se oía mayor ruido en la cubierta. De pronto algo se movió entre la bruma, justo cuando el sol asomaba en el horizonte. Para el Capitán era inconfundible su estúpida silueta y volar engreído. Instintivamente alzó el garfio hacia su rostro y lo hundió en la mejilla, apenas un centímetro a la derecha de la llaga más reciente y comenzó a bajarlo hasta que llegó a su mentón. La sangre ya corría por su cara y cuello, cuando el trueno de su voz ordenó a su piratas estar listo para el ataque. Ellos, los piratas, se alistaron. Una vez que estuvieron prestos miraron hacia donde el Capitán estaba parado. Lo vieron a los ojos y sintieron una enorme veneración por aquel hombre con la cara surcada de cicatrices hechas con su garfio.

Peter Pan miró a lo lejos y vio el inconfundible velamen del Barco Pirata. Enfiló su vuelo hacia él. Orgulloso de sus atributos, Peter Pan volaba desnudo, sin nada que cubriera su cuerpo, se reverenciaba a sí mismo y no le importaba mostrar su falo mientras andaba o sobrevolaba por el Paás de Nunca Jamás. Su espada estaba siempre bien pulida y abrillantada para, de vez en cuando, poder ver su rostro y admirar de su majestuosidad. Todos los días después de hacer ejercicio, volaba un rato a la mayor velocidad y levantaba pesos, todo antes del amanecer. Lo hacía para mantenerse en forma. No le interesaba ser fuerte para vencer a la cuadrilla de truanes del Capitán Garfio, sino que le gustaba cómo se veía él mismo con los músculos marcados, el torso fornido y los brazos bien torneados. Al terminar el día, después de molestar los suficiente a los piratas, volvía hacia la Isla de la Sirenas y se dejaba consentir, lo hacía como un regalo para aquellas mujeres de pechos no siempre firmes y largos cabellos de algas. Las sabía incapaces de llegar a merecerlo, pero después de todo eran buenas y se dejaba hacer un rato.

Antes de llegar a la distancia de tiro del Barco Pirata, Peter, tomó fuertemente su espada y descendió un poco. Aumentó la velocidad y pasó rozando la oreja izquierda del Capitán Garfio que se limitó a dar la orden: ¡Ahora! Y una gran red saltó por los aires y fue a estrellarse con el niño volador. Garfio lo vio ahí, desamparado, a punto de caer en sus garras. Pero justo cuando se acercó para poder tocar aquel odiado cuerpo, la espada corta de Peter cantó en el aire y corto sus ataduras, emprendió el vuelo nuevamente. tomó su falo, lo mostró a Garfio y se marchó a toda velocidad. La punta afilada volvió a la mejilla de Garfio y penetró un poco más profundamente y la sangre se arrastró por el brillante metal, su cara, su cuello y sus raídas ropas.

31.3.04

Y te fue dictado lo que deberías hacer. Tus ojos se inundaron de incontables lágrimas, que no serían suficientes para acallarar tu corazón. De ahora en adelante serías el maldito, te convertiste en el símbolo de la traíción. Imploraste a tu nuevo Dios por misericordia. Le rogaste que no pidiera de ti tal cosa. ¿Cómo tú debías llevar a cabo la tarea? Tú, quien más fiel habías sido. Tú, quien no se atrevería a negarlo. Tú, el más incondisional de los doce. Pero además de todo debías aceptar la paga. Sellar el pacto humano de la desgracia. Tú, serías el artífice del destino. Te descubriste presa de la mano que todo lo maneja. Intentaste negar la tarea. Tu mente se desfiguró tratando de entender el designio y él, el hijo, lo sabía. te lo dijo la noche antes con todas las letras. Un dolor insoportable acudía a tu cuerpo. Miles de alfileres y dientes puntillosos se encajaban en cada parte de tu memoria. Cómo serías capaz de decir la mentira que lo mandaría a la muerte. En quien habías puesto tu fe, te pedía la negaras. Pero no te quedo nada más que aceptar la decisión. Con paso tambaleante te dirigiste hacia la casa de los notables, pediste hablar con el jefe del consejo y pusiste precio a la traición. Cuando te encontrabas fuera, miles de ángeles, bestias divinas, comenzaron a rodearte. Sabias que venían a llevarte ante tu Dios para sentarte a su lado y esperar a tu maestro. Corriste lo más veloz que te fue posible, no miraste atrás. Saliste de la ciudad. No sabías que hacer. Tu grandiosa fe, tu fe que podía hacer cualquier cosa, tu fe tan confiadamente entregada se había perdido, se enciontraba rota. Los ángeles seguían tus pasos. Aclamaban tu nombre y hacían alabanzas de tu entereza. Sabías que habías hecho lo que debías hacer, pero el remordimiento y la culpa te llenaban los oídos. corriste hasta el árbol. Cogiste la soga y dejaste caer tu cuerpo. Un torbellino de fuego te cubrió. No ansiabas las llamas, pero no podías ver a la cara otra vez a tu Dios y volver a perder la fe. Allí entre demonios, podías al menos creer que en un lado opuesto existían Él y tu maestro.

30.3.04

Y en tu cabeza escuchabas ambas voces en igual potencia. Él, tu padre, te decía que así debían de ser las cosas. La otra te decía que podría haber sido de otra manera. eran casi la misma voz. A tus pies podías ver a las dos mujeres, una tu madre; la otra, quien hubiera sido algo más que tu seguidora, si realmente hubieras podido decirle lo que sentías por ella. en tu mente se debaten el deber y el deseo. Hubieras querido sentir sus generosos senos en tus manos, el sabor de su piel, el sabor de la saliva de su boca, hubieras querido hacerle el amor, tener tu sexo en su sexo. Quisieras gritarle que es una farsa, que la quieres, que la deseas. Quieres pedirle a tu madre que los detenga. Deseas tener el poder para decir basta. Entonces, en ese momento las voces en tu cabeza se callan. El silencio te aprisiona. En tu mente queda grabado el rostro de quien deseabas como amante.
Desde que te fue anunciado su nacimiento supiste que sería una etapa ardua de la vida. Desde que era pequeño trataste de ser una guía para él. De acuerdo a lo que te fue revelado, crees haber hecho el trabajo como lo esperaban. Pero dónde queda lo que tú querías hacer con tu hijo. Dónde queda el amor que querías darle, dónde queda todo lo que se supone ser madre de un hijo. Cuando estaba ya en manos de ellos tu fe se tambaleó y por un momento pensaste en hacer algo para impedir el destino. Te preguntabas por cuánto tiempo más iba a permitir el dolor, por cuánto tiempo más permitiría que siguieran, cuánto más había que pagar por ellos. Alguien te entregó un lienzo y cuando se fueron y lo llevaron ante el gobernador recogiste lo único que te quedaba de él: su sangre, lo último que podía llegar a pertenecerte como madre. Subieron las pendiente, lo más pronto que podías con el peso de tus años a cuesta. En trayecto te acercaste a él como último instinto para asegurar su bienestar, pero estaba más allá de tí: "aquí estoy hijo", dijiste. Y él siguió su camino. Mientras te arrodillaste frente a él, mientras lo preparaban, tus manos se enterraron entre los carrizos y los puños se cerraron en tu impotencia. Los pedruscos sacaron la sangre de tus palamas. Buscaste algo de la parte que te tocaba, pero todo él era para otros. Viste como amoldaban su cuerpo por la fuerza para hacer la señal santa. Después cuando el tiempo pasó y la tormenta hizo su presencia lo bajaron y te acercaste a él. Te despediste de tu hijo, tu tarea había sido cumplida de acuerdo a lo estipulado. Pero el vacío quién lo llenaría, quién pagaría deuda tan grande. Quién te devolvería lo que podrías haber sido.
Mientras mirabas como era martirizado, recordaste el día en que lo conociste. Te habían descubierto en el lecho de otro hombre. Junto a alguien que no era tu esposo legítimo. Buscaste refugio en las calles desiertas, pero la muchedumbre te busco hasta el cansancio. Los pedruscos se estrellaban en tus sienes, en tu rostro, en el vientre, en los senos y las pantorrillas. La luz de la mañana fue bloqueada por una figura que emitió unas palabras y dibujó un símbolo en la tierra. Las pedradas se detuvieron y la gente se dispersó. Levantaste la vista y miraste el rostro más hermoso que jamás habías visto. La imagen de tus mútiples amantes se desdibujó de tu recuerdo y sólo permaneció la suya. Ese día, mientras lo azotaban, ansiabas tocar su piel. Estirar tu mano y poder recordar la suavidad de aquellos muslos, como se sentían las palmas de su mano en tus mejillas. Las lágrimas recorrían tu rostro, cada recuerdo verdadero y cada falacia volvían a tu mente y el dolor de la memoria atenazaba tu garganta y ninguna palabra salía de ella. Mirabas en una especie de trance como golpeaban su cuerpo. Llorabas por no haberlo conocido antes, por no haberlo enamorado, por no haberlo apartado de aquel camino, por no haber podido probar su sexo, por no poder haber tendio su falo en tu boca, por no haber podido tocar más allá de sus muslos, por no haber podido yacer con él, por no haberlo conocido, por no haber podido conocer su lengua danzando en la tuya. Lloraste por lo que pensabas, por no haber podido reprimir aquellos sentimientos, por no haber podido hacer nada, por no haber podido decir la verdad a los cuatro vientos, por no tener un hijo suyo en tu vientre, por no poder decirle cuánto lo amabas, por ver cómo su cuerpo se vaciaba de su sangre, llorabas por no poder beber su sangre y comerte su cuerpo allí mismo.
Y mientras lo mirabas a él, tu sangre no dejaba de llegar a tus sienes. Lo odiabas más por lo que significaba su presencia que por estar en desacuerdo con su enseñanza. Desde pequeño te habían enseñado que Él estaba en las alturas, que Él era el Dios de los ejércitos, el que demolería a tus enemigos, el que no daría paz a los que perjuriaron en contra de tí y tu pueblo. tú eres el centro del mundo. El principal del consejo. En tu corazón sabías que había verdad dentro de sus palabras, dentro de tí, sabías que el mundo estaba cambiando. Las realidades ya no se correspondían. Cada vez que escuchabas el silbido del cuero cruzando el aire, tu espíritu se contraía y tus ojos buscaban el amparo de los tuyos, pero junto a tí solamente encontraste ojos inyectados de ira. Los otros como tú, los representantes de tu pueblo estaban allí ansiando la destrucción del condenado. Tu piel se hacía cada vez más pálida. En tu mente escuchabas la misma voz que sabías él escuchaba. Pero cómo dejar atrás las enseñanzas de tu vida, de tu pueblo, de tus raíces. Cómo hacer para dejar de lado la costumbre, cómo dejar las doctrinas que habían salvado a tu pueblo por tanto tiempo. Te sabías de una civilización pujante, un pueblo en vías de expandir sus territorio por medio de los subterfugios de la fe. Y ese día mientras él era clavado, tuviste la certeza de que estabas equivocado. Regresaste al templo y pusiste tus manos en el pebetero hasta dejarlas supurantes y marcadas para no olvidar tu error. Y así emprendiste el camino de tu pueblo, el de tu Dios.

29.3.04

Escuchas el despertador a las seis menos cuarto. Estiras tu brazo y dejas que repose apenas un segundo sobre la mesilla de noche. Con los dedos estirados alcanzas el snooze y lo oprimes, más por la fuerza de la gravedad ejecida en tu carne que por voluntad propia. Puedes sentir la vibración de las ventanas al paso del avión rumbo al aeropuerto. Finjes no poder pararte, pero nunca has sido una buena actriz. Te pones de pie y enfilas al sanitario. Lavas tu cara. Miras el rostro que te devuelve el espejo. Tratas de hacerte una mueca divertida para animarte la mañana. Tomas el cepillo de dientes, colocas pasta sobre las cerdas y lo introduces en tu boca. sientes el frescor subiendo por las paredes de tu boca, llega a tu campánula y asciende hacia tu nariz. El picor te despierta un poco más. Escupes la espuma y limpias tu rostro en la toalla percudida. Regresas a tu habitación, tomas una remera y te la pones. Sientes tus pechos un poco apretados. Ahora, tomas un pantalón de mezclilla a tonos rosas y naranjas. Vuelves al baño y pones agua a tu pelo. Lo dejas despeinado. En ese momento vuelve a prenderse el radio y escuchas las noticias, un poco de tráfico. Decides usar el tren para evitar retrasos. Tomas tu bolso y sales de casa. Olvidas tus llaves, pero no te preocupas, de regreso llamarás al cerrajero o pasarás a casa de tu madre de camino de vuelta. Caminas hacia la estación y esperas junto a miles de personas el tren que te llevará a tu destino. Estás a punto de arrepentirte de tu decisión, pero el tren llega con tan sólo un retraso de minutos. Abordas el tren entre empujones. Entre todos los roces, te llama la atención una piel suave. Haces tu cabeza a un lado y alcanzas a mirar el rostro cetrino de un muchacho joven, casi de tu misma edad, 22 años. Las puertas se cierran y quedas un lado suyo. Lleva una mochila voluminosa y, al igual que tú, está sudando por el calor del tren y la gente que lo habita. Entre forcejeos logra quitarse la mochila, tú aprovehcas y te acercas un poco más a él, so pretexto de que te empujaron. Sus cuerpos quedan pegados. El no aparta la mirada de la puerta de salida. El tren hace un alto brusco y todos exclaman su enojo. Tu debes llegar a la estación de enlace, pero antes deben pasar por otra estación. Esperas que se despeje un poco el cupo del vagón. Llegan a la estación intermedia y muchos se bajan. Entre los empujones no te percatas de que el muchacho ya no está. Te das cuenta de que se ha bajado. Miras al suelo y ves la mochila del joven. Algo en tu interior te descubre una angustia. Miras tu reloj: 7:27 a.m. Escuchas un móvil. nadie contesta. sigue sonando. Tu mirada baja hasta donde se encuentra la mochila. Algo te angustia, no sabes qué es. 7:28 a.m. Otro timbrazo. 7:29 a.m. Recuerdas la estación de radio que te despertó por la mañana, la sensación de la mesilla de noche en tu brazó, la fuerza de gravedad actuando sobre tus dedos, el sabor del dentrífico, tus senos un poco apretados por la ropa, el agua sobre tu cara, el agua en tu cabello despeinado, nuevamente el radio despertando del snooze, las llaves olvidadas, el cerrajero, el apartamento de tu madre a la vuelta del trabajo, la piel cetrina, la mirada perdida del muchacho, el sonido del móvil. Debías estar en tu trabajo, en Madrid, a las ocho menos cuarto...

26.3.04

En un principio era el vacío. En él habitan un dragón y un fénix. Y en el vacío hacía un frío glacial. El fénix agonizaba pues su fuego se extinguía cada vez más. Entonces él y el dragón decidieron hacer algo. El fénix se introdujo en el vientre del dragón y eso hicieron y fue bueno. El dragón soportaba el frío. Así el fénix dentro del dragón ganó fuerza y gestaba las cosas. Y así fue por un tiempo. Hasta que el vacío fue para ellos demasiado vasto, entonces el dragón entró en un estado de ensimismamiento y frente a él apareció el ave de fuego y le mostró todo lo que había creado en su mente. Entonces el dragón loperfeccionó y juntos le dieron forma a todo cuanto habían creado.

Una vez que estuvo listo el dragón exhaló una gran llamarada que iluminó la nada y el vacío. Así tomaron existencia todas las coasas que fueron, son y serán.
Esta noche, en los países predominantemente cristianos de Europa y América, se reunirán pequeñós grupos de personas para celebrar ceremonias culturales decididamente no cristianas. Se congregarán en el cuarto de estar de un piso céntrico de la ciudad, en la habitación familiar de una casa de las afueras, en el sótano o en el ático. No tienen iglesias o capillas, tempos o santuarios donde adorar a su deidad. Allé donde se reuúnen cubren las ventanas, cierran las puertas con cerrojo, y el lugar de culto se ilumina simplemente con cirios; porque su religión es un misterio; su ritual, un saber secreto y esotérico.
Hay alguien allí. Detrás de la puerta. Puedo sentir su presencia, puedo darme cuenta del miedo que fluye de él hacia mí. Es una sustancia vaporosa, pero al fin sustancia que no logra levantarse más allá de unos centímetros del suelo. Es del color de un incienso de sándalo. Se va arrastrando con fluidez y está a punto de alcanzarme. Mientras tanto, yo en la cama no logro despertarme. Tengo miedo. Miedo de que el miedo me alcance.
Deja salir mis lágrimas
que rueden por las mejillas
como cuchillas ardientes

Deja que se destile mi sangre
en tu cuerpo
hasta que sea el veneno más puro

11.3.04

Basta de violencia

Hoy por la mañana me enteré de que hubo un mega atentado terrorista en España. No saben a quién achacárselo, pero hay muchos muertos. Estuve leyendo blogs de españoles, hasta el momento, parece que ninguno de ellos sufrió pérdidas.

Un minuto de silencio. Descansen en paz las víctimas dela humanidad.

JM
Así son los mexicanos

Por un lado no defienden sus derechos, por el otro defienden derechos que no tienen.

batos locos forever men!

JM

4.3.04

?Qu? hay de nuevo?

Pues na. Hace unas semanas me contacto una mujer de cuyo nombre no puedo acordarme, aunque lo tengo anotado en alg?n lugar del cual tampoco puedo acordarme, pero queda el escape de salida de que conozco a la persona que puede saber su nombre, pero no tengo su tel?fono, pero ah! s? quien lo tiene: Eugenia.

El caso es que a esta mujer le mande un manojo de mis poemas para ver si se animaba a hacer una lectura en voz alta, y result? que le gustaron mucho y que le dispar? el resorte creativo para poder llevarlo a cabo.

Los poemas versan sobre la disyuntura que se da cuando uno escapa de la religi?n cat?lica. Son muy ?cidos y llenos de ira y rencor, pero me gustan, est?n muy buenos. Cabe se?alar en este punto que el Dios cat?lico y yo ya nos dimos la mano y quedamos en paz. ?l no se mete conmigo y yo no me meto con ?l, salvo algunas circunstancias en las que sus fieles meten las cuatro patas, pero bue... nadie es perfecto, ?cierto?

Total que el show que se le ocurri? a esta mujer es hacer una especie de di?logo enfrentado entre mis textos y los de Santa Teresa de Jes?s, un contrapunto violento, pero que no dudo que tena sus matices gustozos y cat?rticos. Le coment? a mi querido Duque de Monroy y G?mez Tagle que ser?a un alt?simo honor de representar al monje que har? las veces de lector de mi obra, mientras seguimos en la busca de la mujer que interpretar? a la monja leyendo la obra de Santa Teresa.

Adem?s hay que buscar el espacio, el patrocinador para el vestuario y todo lo dem?s. Habr? que hacer una buena publicidad para que la gente vaya. Y un trabajo que se llevar?, calculo, al menos tres meses y no s? cuanto dinero, pero estoy emocionado y queiro llevarlo a cabo.

Por otro lado estoy trabajando un poemario, del cual se desprenden los textos anteriormente citados para poder presentarlo a concurso y lograr su publicaci?n, s? saben de alguien que se interese en publicar poes?a me avisan.

En otras noticias hemos estado ajetreados mucho tiempo, hay muchas cosas que hacer en la chamba y en la casa. La familia ha estado dando lata. Nos hemos dado cuenta de que mi madre, por cuestiones que yo achaco a su edad [menopausia y golpe de la edad madura], ha cambiado su actitud hacia nosotros. No para mal, del todo, pero lo que s? est? haciendo es interferir m?s de la cuenta en asuntos que son meramente de pareja y de padres a hijos, en este caso Eugeni y Yo con Orlando.

El d?a de ayer platicando le dije que ser?a buena idea mudarnos al mismo tiempo que ellos lo har?n de su edificio, y poner la distancia de la confusi?n por un tiempo. Es decir, chispas nos cambiamos al mismo tiempo y no pudimos decirles a donde. bviamente no ser? del todo cierto, pues no podemos apartar as? como as? al nieto de la abuela, pero si provocar cierto distanciamiento. Eugenia me dijo algo as? como: "Pero son tu familia" a lo que yo respond?: no, mi familia eres t? y Orlando. Lo cual es perfectamente cierto. No tengo lazos que me unan directmente a ellos. Es decir por un lado la sangre, quiz? sea lo m?s fuerte, pero siempre he pensado que la sangre que me han dado no es suya totalmente es una conjugaci?n de miles de factores y sangre de muchas generaciones y si de lealtad se trata pues no se las debo a ellos sino a un mill?n de personas queni siquiera conozco. Adem?s las ra?ces no son s?lo eso. Mis ra?ces son m?s profundas, van m?s lejos.

No tengo rencores ni odios hacia ellos. Los quiero como familia, pero no estoy dispuesto a que traten de vivir a trav?s de m?, ahora que se han dado cuenta de que no se atreven a vivir su vida por que les dio miedo. Yo aprend? la lecci?n a la malas. De pronto un d?a me encontr? casi s?lo en un departamente rentado, con mis padres en otro lado, mi hermana en la huegla de la UNAM y yo sin un centavo. Pero ello me ayud? mucho a madurar. Ahora soy s?lo de mi mismo.

Y entend? que las cosas son como son porque as? ten?an que ser, pues de no tener que ser as?, hubieran sido de otra manera, pero no lo fueron, ergo, est? bien que sean como son.

Yo creo que para el 20 de este mes estaremos preparando un festejo. Eugenia y yo cumplimos 4 a?os desde aquel d?a en que empezamos como novios. Es una de las fechas m?s significativas para nosotros. As? que habr? pachanga, s?lo falta conseguir el espacio.

Bueno, pienso que es todo por el momento. Prometo escribir m?s seguido.
Saludos,
JM

23.2.04

Caso Sifuentes

A Gerardo Sifuentes y Epigmenio León se les dictó auto de formal prisión. A continuación, el boletín de prensa que emitimos los familiares y amigos de ambos:


México, D.F. a 20 de febrero de 2004.

El 12 de febrero de 2004, aproximadamente a las 03:00 hrs, Gerardo Sifuentes Marín, (30 años, escritor y becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes FONCA), y Epigmenio León Martínez, (29 años, escritor y funcionario de CONACULTA), fueron detenidos por dos elementos de la policía preventiva del D.F. La detención ocurrió en la calle de Tehuantepec, colonia Roma, entre las calles de Acayucan y Ures, a diez metros del domicilio de Gerardo Sifuentes. En el Ministerio Público no. 3 de la Delegación Cuauhtémoc, se les acusó de robar un par de espejos de automóvil, según consta en la averiguación previa CUH-7T2/240/04-02. El viernes 13 fueron trasladados al Reclusorio Norte, aproximadamente a las 22:00 hrs. El día de hoy, viernes 20 de febrero, la Juez Julia Ortiz Leandro del juzgado 42 del Reclusorio Norte, les dictó auto de formal prisión, por robo agravado.

El único elemento en su contra es la declaración de los dos policías que los detuvieron, quienes alegan haberlos capturado en flagrancia. Sin embargo, por un lado, existe un informe pericial que no aporta ninguna evidencia que sustente las declaraciones de los agentes policíacos; por el otro lado, las declaraciones de los testigos invalidan la versión de los agentes. Todo lo cual indica que los detenidos son inocentes.

Epigmenio León es comunicólogo egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, participó en la organización de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de 1996 a 1999, fue guionista del programa radial Circo, maroma y libros, producido por el CONACULTA y actualmente se desempeña como Jefe del Departamento de Difusión de la revista Tierra Adentro, donde ha publicado diversos artículos. Es traductor del alemán y se ha desempeñado como jurado en varios concursos literarios.

Gerardo Sifuentes es ingeniero electrónico industrial, titulado por el Instituto Tecnológico de Puebla. Ha obtenido diversos premios internacionales y nacionales de narrativa. Ha publicado los libros Perro de luz y Pilotos infernales. Actualmente, es becario del Programa Jóvenes Creadores, en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en la especialidad de cuento y se desempeña como redactor creativo, en la agencia de publicidad Interbrand Internacional.

Por todo lo anterior, este hecho significa el encarcelamiento injusta y arbitraria de dos destacados miembros de la comunidad intelectual.


Estos son momentos muy difíciles para Epigmenio, Gerardo, sus familias y los que los queremos.

De nuevo, apelo a su solidaridad. Estamos preparando una carta abierta para la que solicitaremos las firmas de quienes quieran apoyar la causa. Subiré el texto de la misma en cuanto esté redactada. Por lo pronto, quienes quieran rubricarla háganme llegar por e-mail la autorización para incluir su nombre.

Por otro lado, se requerirá mucho dinero durante este proceso. Anoche, en casa de Gerardo se designó a Adriana Quijada Martín, amiga de Sifuentes, como tesorera. Les ruego depositar su ayuda a la cuenta de ahorro Bancomer 1250578401 a nombre de Adriana. Cualquier ayuda será valiosísima.

Hagan circular esta información, péguenla en sus blogs, en sus webpages, ventílenla en los medios locales los que no están en el D.F. Que se sepa de esta injusticia. No nos quedemos callados, dos amigos inocentes están en la cárcel.

19.2.04

El Chícharo

Como muchos ya saben, el Chícharo Sifuentes, fue a dar al bote, después de que lo agarraron junto con Epigmenio León, acusándolos de robo de autopartes. Las cosas, al parecer marchan traquilas. El abogado dice que la audiencia, que fue apenas este miércoes, fue muy favorable, uesto que los policías que los detuvieron entraron en incongruencia a la hora de los testimonios.

Esperamos que este viernes, mañana, todo esté resuelto y que Gerardo y Epigmenio, estén de vuelta libres.

Más información sobre el asunto en el blog de Bef

JM

12.2.04

El reino de J.K. Rowling

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21.1.04

Un rapidín

Sí, una actualización de rapidín. Después de la muerte de las tres ballenas sagradas, me parece que fue antes de fin de año. Entonces desde allí habrá que retomar el diálogo.

El 31 de diciembre lo festejamos de manera extraña. Fuimos a casa del amado Bef y cenamos al lado de Alberto, Raquel, Alfredo y el Chipotes, ah! y también estaba Ricardo. El hermano de Bef, Alfredo, se lució con un guiso de pavo con una salsa que parecía radioactiva. Soy sincero, en un principio, cuando ví qué era lo que estaba preparando me dije: "En la madre cabrón, y ahora además te lo vas a tener que tragar". Juro por los dioses qué no tenía idea de a qué podría llegar a saber aquello. Para el bienestar emocional y para callarme el hocico mental, la comida fue, no rica, sino sublime, exquisita, como pocas cosas que he probado en mi vida. En resumen Alfredo es un gran cocinero.

Después de estar un ratote con ellos y disfrutar de lo lindo, pasamos a retirarnos para ir a casa de Pancho, tío de mi amorcito. Esperábamos llegar y ver a nuestro chipayate revoloteando y demostrando que la tecnología nuclear ya es aplicada a las baterías de los niños, pero no. Craso error, mi suegra y la abuela ya se habían retirado. Era de esperarse, mi suegra no acostumbra desvelarse ni en defensa propia. Para cuando llegamos, todo el mundo estaba a medio dormir. Es decir, la mitad dormida y la otra mitad medio dormida. No esperaban que lloegaramos y de hecho mi suegra tenía cinco minutos de haberse retirado.

Nos quedamos ahí un buen rato hablando de cómo sobrellevar el abandono del hogar por parte de la hija menor. Mónica, mi prima política, bueno mi prima a secas porque la quiero mucho. Se fue a estudiar dirección cinematográfica a Australia. Espero verla próximamente como un pequeño elfo en las próximas películas de Jackson... jajajaja...

Total que fue un fin de año ajetreado. Pero ya veremos cómo pinta el asunto. además recibí el año con varias ofertas de trabajo que subieron mi ánimo. Eso de que grandes empresas te conqueteen es muy chido. Por lo demás me negué a aceptarlas, porque este año he decidido que haré cosas para establecer un dominio y después conquistar el MUNDO!!!!!!!!!!!... perdón. Afincar mi economía y hacer ciertos ajustes administrativos, quería decir... ejem... pero bueno.

Organizamos la fiesta de cumpleaños de Nano en la cas, con la familia. La cara de sorpresa que puso será una de las imágenes más memorables de este año. Para variar, desde que nació, los primeros de enero no han vuelto a ser los mismos. Justo cuando estábamos hablando de las cabañuelas de enero, empezó el temblor que a todos agarró crudos. Será que temblará México este año. Quién sabe...

Este año pinta bien, será bueno y tengo ganas de llegar hasta el final. No sé si a todos los nacidos en julio nos pase lo mismo, pero además de sentirme restringido, siento que podría servir para darle cause a la vida dispersa que he llevado en los últimos años.

En fin, por ahora es todo, tengo harta chamba y debo hacerla antes de las 12.

Un gusto, como siempre,
JM

15.1.04

Yo sé, yo sé

No he escrito nada en un muy buen rato. La vida me ha subido en su trajín y me ha sido imposible pensar en postear, pero como adelanto me parece que les diré que haré una contestación a lo que aparece en la página de mi amada: Bosque

JM