29.3.04

Escuchas el despertador a las seis menos cuarto. Estiras tu brazo y dejas que repose apenas un segundo sobre la mesilla de noche. Con los dedos estirados alcanzas el snooze y lo oprimes, más por la fuerza de la gravedad ejecida en tu carne que por voluntad propia. Puedes sentir la vibración de las ventanas al paso del avión rumbo al aeropuerto. Finjes no poder pararte, pero nunca has sido una buena actriz. Te pones de pie y enfilas al sanitario. Lavas tu cara. Miras el rostro que te devuelve el espejo. Tratas de hacerte una mueca divertida para animarte la mañana. Tomas el cepillo de dientes, colocas pasta sobre las cerdas y lo introduces en tu boca. sientes el frescor subiendo por las paredes de tu boca, llega a tu campánula y asciende hacia tu nariz. El picor te despierta un poco más. Escupes la espuma y limpias tu rostro en la toalla percudida. Regresas a tu habitación, tomas una remera y te la pones. Sientes tus pechos un poco apretados. Ahora, tomas un pantalón de mezclilla a tonos rosas y naranjas. Vuelves al baño y pones agua a tu pelo. Lo dejas despeinado. En ese momento vuelve a prenderse el radio y escuchas las noticias, un poco de tráfico. Decides usar el tren para evitar retrasos. Tomas tu bolso y sales de casa. Olvidas tus llaves, pero no te preocupas, de regreso llamarás al cerrajero o pasarás a casa de tu madre de camino de vuelta. Caminas hacia la estación y esperas junto a miles de personas el tren que te llevará a tu destino. Estás a punto de arrepentirte de tu decisión, pero el tren llega con tan sólo un retraso de minutos. Abordas el tren entre empujones. Entre todos los roces, te llama la atención una piel suave. Haces tu cabeza a un lado y alcanzas a mirar el rostro cetrino de un muchacho joven, casi de tu misma edad, 22 años. Las puertas se cierran y quedas un lado suyo. Lleva una mochila voluminosa y, al igual que tú, está sudando por el calor del tren y la gente que lo habita. Entre forcejeos logra quitarse la mochila, tú aprovehcas y te acercas un poco más a él, so pretexto de que te empujaron. Sus cuerpos quedan pegados. El no aparta la mirada de la puerta de salida. El tren hace un alto brusco y todos exclaman su enojo. Tu debes llegar a la estación de enlace, pero antes deben pasar por otra estación. Esperas que se despeje un poco el cupo del vagón. Llegan a la estación intermedia y muchos se bajan. Entre los empujones no te percatas de que el muchacho ya no está. Te das cuenta de que se ha bajado. Miras al suelo y ves la mochila del joven. Algo en tu interior te descubre una angustia. Miras tu reloj: 7:27 a.m. Escuchas un móvil. nadie contesta. sigue sonando. Tu mirada baja hasta donde se encuentra la mochila. Algo te angustia, no sabes qué es. 7:28 a.m. Otro timbrazo. 7:29 a.m. Recuerdas la estación de radio que te despertó por la mañana, la sensación de la mesilla de noche en tu brazó, la fuerza de gravedad actuando sobre tus dedos, el sabor del dentrífico, tus senos un poco apretados por la ropa, el agua sobre tu cara, el agua en tu cabello despeinado, nuevamente el radio despertando del snooze, las llaves olvidadas, el cerrajero, el apartamento de tu madre a la vuelta del trabajo, la piel cetrina, la mirada perdida del muchacho, el sonido del móvil. Debías estar en tu trabajo, en Madrid, a las ocho menos cuarto...

No hay comentarios.: