30.3.04

Desde que te fue anunciado su nacimiento supiste que sería una etapa ardua de la vida. Desde que era pequeño trataste de ser una guía para él. De acuerdo a lo que te fue revelado, crees haber hecho el trabajo como lo esperaban. Pero dónde queda lo que tú querías hacer con tu hijo. Dónde queda el amor que querías darle, dónde queda todo lo que se supone ser madre de un hijo. Cuando estaba ya en manos de ellos tu fe se tambaleó y por un momento pensaste en hacer algo para impedir el destino. Te preguntabas por cuánto tiempo más iba a permitir el dolor, por cuánto tiempo más permitiría que siguieran, cuánto más había que pagar por ellos. Alguien te entregó un lienzo y cuando se fueron y lo llevaron ante el gobernador recogiste lo único que te quedaba de él: su sangre, lo último que podía llegar a pertenecerte como madre. Subieron las pendiente, lo más pronto que podías con el peso de tus años a cuesta. En trayecto te acercaste a él como último instinto para asegurar su bienestar, pero estaba más allá de tí: "aquí estoy hijo", dijiste. Y él siguió su camino. Mientras te arrodillaste frente a él, mientras lo preparaban, tus manos se enterraron entre los carrizos y los puños se cerraron en tu impotencia. Los pedruscos sacaron la sangre de tus palamas. Buscaste algo de la parte que te tocaba, pero todo él era para otros. Viste como amoldaban su cuerpo por la fuerza para hacer la señal santa. Después cuando el tiempo pasó y la tormenta hizo su presencia lo bajaron y te acercaste a él. Te despediste de tu hijo, tu tarea había sido cumplida de acuerdo a lo estipulado. Pero el vacío quién lo llenaría, quién pagaría deuda tan grande. Quién te devolvería lo que podrías haber sido.

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