5.4.04

La afilada punta se enterraba en la baranda del barco, haciendo nuevas muecas junto a las que se habían juntado a lo largo de los años. Mientras, los ojos del Capitán Garfio se mantenían mirando en lotananza entre la bruma, esperando la claridad del día. La madera cedía ante el filo de su garfio. El velamen estaba en reposo y no se oía mayor ruido en la cubierta. De pronto algo se movió entre la bruma, justo cuando el sol asomaba en el horizonte. Para el Capitán era inconfundible su estúpida silueta y volar engreído. Instintivamente alzó el garfio hacia su rostro y lo hundió en la mejilla, apenas un centímetro a la derecha de la llaga más reciente y comenzó a bajarlo hasta que llegó a su mentón. La sangre ya corría por su cara y cuello, cuando el trueno de su voz ordenó a su piratas estar listo para el ataque. Ellos, los piratas, se alistaron. Una vez que estuvieron prestos miraron hacia donde el Capitán estaba parado. Lo vieron a los ojos y sintieron una enorme veneración por aquel hombre con la cara surcada de cicatrices hechas con su garfio.

Peter Pan miró a lo lejos y vio el inconfundible velamen del Barco Pirata. Enfiló su vuelo hacia él. Orgulloso de sus atributos, Peter Pan volaba desnudo, sin nada que cubriera su cuerpo, se reverenciaba a sí mismo y no le importaba mostrar su falo mientras andaba o sobrevolaba por el Paás de Nunca Jamás. Su espada estaba siempre bien pulida y abrillantada para, de vez en cuando, poder ver su rostro y admirar de su majestuosidad. Todos los días después de hacer ejercicio, volaba un rato a la mayor velocidad y levantaba pesos, todo antes del amanecer. Lo hacía para mantenerse en forma. No le interesaba ser fuerte para vencer a la cuadrilla de truanes del Capitán Garfio, sino que le gustaba cómo se veía él mismo con los músculos marcados, el torso fornido y los brazos bien torneados. Al terminar el día, después de molestar los suficiente a los piratas, volvía hacia la Isla de la Sirenas y se dejaba consentir, lo hacía como un regalo para aquellas mujeres de pechos no siempre firmes y largos cabellos de algas. Las sabía incapaces de llegar a merecerlo, pero después de todo eran buenas y se dejaba hacer un rato.

Antes de llegar a la distancia de tiro del Barco Pirata, Peter, tomó fuertemente su espada y descendió un poco. Aumentó la velocidad y pasó rozando la oreja izquierda del Capitán Garfio que se limitó a dar la orden: ¡Ahora! Y una gran red saltó por los aires y fue a estrellarse con el niño volador. Garfio lo vio ahí, desamparado, a punto de caer en sus garras. Pero justo cuando se acercó para poder tocar aquel odiado cuerpo, la espada corta de Peter cantó en el aire y corto sus ataduras, emprendió el vuelo nuevamente. tomó su falo, lo mostró a Garfio y se marchó a toda velocidad. La punta afilada volvió a la mejilla de Garfio y penetró un poco más profundamente y la sangre se arrastró por el brillante metal, su cara, su cuello y sus raídas ropas.

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