22.9.03

Tipos de angustia

Hoy cuando me dirigía al trabajo me asaltó la angustia. Ya saben, la opresión en el pecho, las ganas de llorar y el sentimiento de que todo saldrá mal. Los recuerdos de las cosas que se hicieron, pero que quizá no se hicieron bien, etc.

Me puse a pensar en los tipos de angustia que existen y hasta el momento he logrado detectar dos tipos:

Garras heladas
Supongo que todos la hemos sentido. Como una bestia que acecha en los lugares más oscuros de nuestra mente. En ese lugar, agazapada, espera un descuido de nuestra parte para saltar sobre nosotros. No es más grande que un perro de regular tamaño. Pero es negra, negra como el peor de nuestros pensamiento, como el recuerdo más tristemente guardado. Y se lanza contra nuestro pecho, y vemos refulgir sus garras de acero perfectamente pulido, afiladas hasta el hartazgo; y dejamos que nos atrape, no tratamos de huir, porque en sus ojos vemos que no tiene sentido, en esos ojos grises, igualmente acerados como las garras. Sus colmillos se entierran, con un tierno y helado abrazo, alrededor de nuestro cuello. Su hálito nauseabundo nos bloquea los sentidos y sólamente sentimos la pesadez de su frío. Mientras tanto, las garras penetran la piel del pecho, traspasan los músculos pectorales, se abren paso entre las costillas y logran rozar el corazón. No lo arañan, no lo lastiman, únicamente los tocan. y ese contacto helado en el pecho, en el corazón mismo, se extiende por la garganta, las mejillas, los ojos y el cerebro. No tiene clemencia y nos deja helados hasta la muerte, hasta más allá de los últimos recuerdos, hasta más allá de las últimas esperanzas.

Viejo oriental gelatinoso
Hay otra angustia, si más cruel y terrible, no lo sé. Pero es un ataque de humedad que se aglutina en el centro del pecho. Como un fuerte golpe de agua que nos deja empapados en sudor, un sudor nocturno de veranos que es reanimado por la suave brisa que entra por una ventana. Esta angustia es como un hombrecillo de rasgos orientales, pero de apenas el tamaño de un gato. Tiene un sombrero como de vietmanita-recoge-arroz-de-la-guerra y está hecho de una gelatina verdosa, apenas traslúcida, pero con zonas ópacas, sobretodo en las mejillas. Está ahí al final de un camino y nos encandila con sus ojos amarillos, nos dice: "ven y quédate tranquilo". Lo seguimos lo suficiente, para que de un momento a otro salte sobre nuestro pecho y nos llene de su humedad fría y gelatinosa. Se anida ahí y va recorriendo su sabor a témpano por todo el cuerpo. Y nos suben las lágrimas a los ojos, y sabemos que no hay más nada en el mundo, mas que la necesidad infinita de vaciar las cuencas, de llorar lo que no hemos llorado en vidas.

JM

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