21.10.04

Cabeza de paja -atrás en el tiempo-

Durante mucho tiempo, cuando los hombres que vinieron del norte llegaron, ellos, los Deformados, tuvieron una existencia apacible. Cada temporada les eran entregados varios obsequios. Les eran devueltos sus hijos. Aquellos que tan cuidadosamente habían engendrado, planeado, creado en la oscuridad de los tiempo, en el espacio primigenio.

En la temporada de lluvias, los hombres que llegaron del norte, iban en sus balsas hasta el punto señalado por el círculo de carrizos. Allí depositaban las ofrendas. Daban la espalda y no volvían la vista. A pesar de los llantos, de las llamadas, de las súplicas. Durante semanas no hablaban del asunto. Los despojados, caminaban entre la multitud soltando a gritos su desesperanza. Nadie los miraba, eran fantasmas de carne viva.

Cuando por alguna razón, los hombres no entregaban los tributos, los Deformados, salían del lago y caminaban por las noches entre las callejuelas de la capital chichimeca. Alzaban su voz de alarido y clamaban sus ofrendas. Anunciaban la ruina y la caída del reciente imperio. Al día siguiente, entre los habitantes, se buscaba a aquellos que mostraban la marca de los Deformados. Los de cabezas dispares, los de varios miembros, los de color anormal, los unidos, los de ojos juntos, los que no habían crecido; los que siempre hacían de tributo. Todos eran reunidos en la plaza frente al templo del dios mayor. Atados, eran subidos a las balsas y en procesión llevados hasta el círculo de carrizos. Allí eran depositados entre las aguas estancadas. Nunca había restos, nunca quedaba nada. Cuando eran arrojados, las aguas se arremolinaban y los engullian.

Así, los hombres que llegaron del norte, vivieron en paz por algún tiempo. tenían el acuerdo con los Deformados y sólo debían pagar el tributo. Se dice que el día en que no lo cumplieron, los Deformados entraron en las casas y se llevaron al hijo no nacido de cada familia, para aplacar su hambre.

Cuando los hombre de barba llegaron del este, la sangre sirvió para apaciguar el hambre de los Deformados y durante algún tiempo no salieron de su sitio. Más tarde, con el olvido de los tributos, salieron nuevamente a las calles a reclamar a sus hijos. Por las calles se veía una figura enlutada soltando alaridos pidiendo que le entregaran lo que era suyo. Dicen que cuando se acercaban a ella, vaían unos ojos negros, fríos y un cuerpo deforme lleno de escamas.

Su santuario fue enterrado y nadie volvió a entregarles tributo. Ellos, los Deformados, juraron la desgracia para la naciente cultura que se asentó en su territorio. Dejaron escrita la maldición en algún edificio de la nueva ciudad, diciendo que durante treinta días, la oscuridad vendrían sobre la tierra, que sus huestes arrasarían con los hombres, las bestias y las cosechas. Los oficiantes de la nueva religión rezaron durante semanas y creyeron que con eso la maldición había sido conjurada. Pero no fue así, los Deformados, únicamente durmieron por algún tiempo, olvidaron la afrenta para ir a otros lares. Pero algún día habrán de regresar y cumplir con su promesa.


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